VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

23 de agosto de 2009


Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 60-69

Muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.»
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.»

COMENTARIO

En este domingo vigésimo primero del tiempo ordinario terminamos de meditar el capitulo sexto del evangelio de San Juan, recordemos que había comenzado con el relato de la multiplicación de los panes el domingo décimo séptimo.

Como algunos no habían entendido el significado de este hecho prodigioso, Jesús quiso explicarles y con este discurso del Pan de Vida, el Señor ha revelado la grandeza y riqueza de ese misterio.

Según la conclusión que leemos hoy, parece que la explicación de Jesús es más difícil de creer y de aceptar que el propio milagro. Hay dos cosas que a los discípulos les cuestan entender: que Jesús es el Pan vivo bajado del Cielo y que ofrezca su carne y su sangre como alimento para la vida del mundo.

Este es el lenguaje duro que no pueden interpretar y los lleva a alejarse del Maestro. Para este grupo grande de discípulos es imposible creer lo que Jesús ha enseñado y por eso prefieren retirarse.

La respuesta de Jesús es si se han escandalizado por esta enseñanza ¿qué será cuando se les diga que Él retornará glorioso al Padre después de haber pasado por la cruz? Podríamos preguntarnos nosotros ¿por qué estos hombres no entendieron el mensaje de Jesús?

El Maestro lo explica diciendo El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Los discípulos han interpretado la enseñanza con criterios muy humanos, han usado la razón, la lógica, la carne; mientras que Jesús utiliza el lenguaje del Espíritu, dador de vida.

Jesús conoce a los hombres y sabe que algunos no van a creer porque no hay apertura de corazón, porque no hay respuesta sincera al llamado de Dios. Seguramente los que no creen es porque prefieren seguir utilizando el lenguaje de la carne, del mundo. Hay muchos que escuchan la voz de Dios, pero no aceptan todo lo que Él dice y enseña.

La Palabra de Jesús es Espíritu y Vida y aquel que la recibe queda vivificado por esa presencia, por esa gracia. Sin el Espíritu no hay fe y tampoco hay vida plena porque todo queda reducido a la carne, a lo temporal.

Qué hicieron los discípulos que lo abandonaron a Jesús? Se fueron en busca de otro maestro, quizás consigan a alguien que hable en un lenguaje acorde a los criterios de la carne, del mundo.

Es de imaginarse que los que se fueron han provocado en todos los discípulos la misma tentación de dejar de escuchar a Jesús, por eso Él les dice a los doce ¿También ustedes quieren irse?

El que responde a la pregunta de Jesús es Pedro y lo hace en nombre de sus compañeros. Es una sincera profesión de fe. Ellos creen que Jesús tiene palabras de vida eterna y que es el Mesías o "Santo de Dios".

En los cuatro evangelios aparece Pedro como portavoz de la fe de la primera generación cristiana. La respuesta del apóstol recupera la expresión del mismo Jesús: "Las palabras que les dije son espíritu y vida". La respuesta de Pedro es una opción y una adhesión a la persona de Jesús, es una opción por la vida plena.

El gran discurso eucarístico de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún sobre el “pan de vida”, se hace presente cada vez que participamos de la celebración eucarística, ahí nuevamente nos explica y nos recuerda que Él es nuestro alimento.

El texto del evangelio que leemos hoy nos presenta un tema muy actual, la tensión que se da entre el creer y el no creer, entre la aceptación y el rechazo, entre la adhesión y el distanciamiento, entre la divinidad que Jesús pide para su persona y la humilde condición familiar de su origen terreno. Esta misma tensión se ha repetido constantemente en la historia de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Son muchos los que quieren justificar su increencia amparándose en el aspecto humano de los cristianos, es decir, los que afirman que no creen en los curas, ni en los obispos, ni en el Papa. ¡Claro que no hay que creer en los curas, sino en Cristo! Pero para poder aceptar a Cristo, hay que aceptar, sin radicalismos ni exigencias angélicas, a los que forman la Iglesia, con sus limitaciones y condicionamientos humanos.

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