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SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las
puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»

COMENTARIO
Ya desde el siglo IV, "el día de Pentecostés" está marcado particularmente por la conmemoración de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. En este día la Iglesia dirige su atención de una manera especial a honrar a la tercera Persona de la Santísima Trinidad.

En la liturgia de este domingo hay tres temas que se destacan: 1) el Espíritu como don pascual de Cristo glorificado, 2) el misterio de la Iglesia como obra del Espíritu y 3) la misión evangelizadora que impulsa el Espíritu. Esta fiesta también nos ayuda a descubrir una doble relación entre Pentecostés y Pascua, entre el misterio del Espíritu Santo y el misterio de Cristo muerto y resucitado.

1) Don pascual. El evangelio según san Juan el don del Espíritu es fruto de la Pascua. "Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado" (cap 7, 39). Por eso, el Resucitado se da prisa en comunicar el Espíritu a los suyos, la tarde misma del día de la resurrección, en su primera aparición (evangelio). La misión del Espíritu en la Iglesia no es suceder a Cristo ni, menos aún, suplantarlo. Por el contrario, es "llevar a plenitud la obra de Cristo en el mundo" (plegaria eucarística IV).

2) El evangelio nos presenta a la Iglesia como criatura del Espíritu del Resucitado. El gesto de Jesús "exhalando su aliento" sobre los discípulos y diciendo: "Recibid el Espíritu Santo" es gesto de creador, que recuerda la creación del primer hombre (Gn 2, 7). Por eso se dice que el Espíritu es el alma de la Iglesia.

3) La dimensión misionera de la Iglesia pertenece también esencialmente al mensaje de Pentecostés. El Espíritu abre a la Iglesia y la impulsa para que llegue hasta los confines del mundo. A los discípulos reunidos, el Resucitado les comunica el Espíritu como una fuerza que los aliente a llevar adelante la misión que les encomienda. El Espíritu los transforma en testigos valientes, en predicadores enardecidos de la Buena Noticia.

El Evangelio de San Juan nos cuenta que los discípulos estaban "con las puertas cerradas por te­mor". Tristeza, miedo, desorientación y duda serían algunas de las características más sobresalientes de ese primer domingo de Pascua. La paz, la alegría y la seguridad son las primeras consecuencias de la presencia de Jesús.

Los discípulos que unos momentos antes es­taban encerrados, llenos de miedo, quedaron transformados al recibir el Espíritu Santo. Olvidaron el temor y la tristeza, y con valor y alegría salieron a cambiar el mundo anunciando el Evangelio por todas partes. Ni las amenazas, ni las cárceles, ni las torturas y el martirio fueron suficientes para hacerlos callar por­que hablaban y actuaban impulsados por el Espíritu Santo que es fuerza, vida y amor de Dios.

A estos discípulos débiles y frágiles como el barro, Jesús los transforma soplando sobre ellos la vida de Dios. El Espíritu Santo que ellos reciben en ese momento es uno solo con el Padre: con el Hijo: es una persona de la Trinidad y representa la Vida, la Fuerza, el Amor de Dios. Así como el Padre nos dio a su Hijo como Redentor, ahora entrega al Espíritu Santo para que de vida, fuerza y amor a los creyentes.

El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que da vida al barro, es el único capaz de envolver a un pecador y convertirlo en un Santo. Cuando los hombres perdonamos a nuestros hermanos lo hacemos olvidando las ofensas o los delitos que los otros han cometido. En cambio cuando Dios perdona hace mucho más que olvidar: transforma al delincuente en un hombre justo, el fuego de Dios hace desaparecer totalmente el pecado cometido, es un nuevo acto de creación, es como comenzar a existir otra vez.

En la actualidad podemos ver que muchos viven como los discípulos de Jesús “encerrados por temor”; otros están “sumergidos en la tristeza”, y otros están “totalmente desorientados”.

Algunos viven encerrados por temor. Temen las burlas o las falsas acusaciones, temen ser perseguidos por vivir cristianamente, temen perder la seguridad que les da el vivir de acuerdo con un mundo que no se comporta de acuerdo con la voluntad de Dios.

Otros viven sumergidos en la tristeza. Los acontecimientos de la vida, los sufrimientos personales, las noticias de lo que pasa en el mundo, los temores de lo que puede pasar en el futu­ro, tienen tanta fuerza que han logrado apagar en ellos la alegría cristiana. Siempre viven tristes, todo lo juzgan negativamente y el pesimismo parece ser la norma por la que se rigen para pen­sar, hablar y actuar.

Y están los que viven totalmente desorienta­dos. Ante las circunstancias adversas que les ha tocado vivir o ante algún fracaso que se les ha presentado, ya no saben para donde mirar. Todo les parece oscuro y difícil, no encuentran el camino e ignoran el valor que puede tener la vida, el trabajo o cualquier otra cosa que tengan que realizar.

El temor, la tristeza y la desorientación se disipan con la pre­sencia de Cristo
resucitado. El evangelio nos dice que los discí­pulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. El mismo Jesús les dijo por dos veces que les daba la paz, esa paz que significa tranquilidad, felicidad, plena posesión de todas las ben­diciones que Dios ha prometido a los hombres. Pero sobre todo desaparece el temor, la tristeza y la des­orientación cuando Cristo otorga el Espíritu Santo. El soplo de Dios tiene tal fuerza que puede hacer desaparecer los temores, las tristezas y las desorientaciones de los hombres, y en su lugar crea seguridad, alegría, firmeza y decisión.
SOLEMNIDAD DE CORPUS CRISTI
DOMINGO 14 DE JUNIO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 14, 12-16. 22-26

El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán co
n un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.»
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo.»
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»


COMENTARIO
Este domingo, los católicos celebramos la solemnidad de Corpus Cristi ¿Cuál será el sentido de esta fiesta litúrgica y qué significará para los celebrantes? Algunos la definen como la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir la entrega del Señor que comienza en la última cena y culminará en la cruz; para otros es la fiesta de la Santísima Eucaristía.

En este año, ciclo B, leemos en el evangelio de Marcos el relato de la institución de la Eucaristía, donde Jesús junto a sus discípulos comparte una cena y realiza anticipadamente el acto de entrega y lo expresa con estas palabras: “Tomen, esto es mi Cuerpo” y luego “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos”.

Recordemos que el día o la fiesta de la Eucaristía la celebramos el Jueves Santo, éste es el día en que el Señor instituyó este sacramento, y recordemos también que pidió que se lo realizara siempre en su memoria.

Corpus Cristi celebra la prolongación o la proyección de aquel día o de aquella institución. Hoy estamos llamados a manifestar públicamente nuestra fe en Jesús sacramentado y esto tiene lugar principalmente en la procesión que realizamos por las calles céntricas de nuestro pueblo.

Son los adoradores de Cristo los que deben participar en esta celebración. Muchos fieles acostumbran hacer visitas al Santísimo Sacramento y lo hacen en forma privada, recogidos en la intimidad y el silencio, de un modo muy personal. El día de Corpus adoramos a Cristo públicamente, en comunidad, con cánticos y alabanzas.

¿Cuál es el mensaje de esta celebración? Como el tema Eucaristía, Cristo, Dios, es muy amplio la propuesta es que para la reflexión se tome un solo aspecto y éste estará marcado por las lecturas que corresponden a cada año litúrgico. Por ejemplo, en el ciclo B el tema será el de la Alianza que Dios hace con su pueblo.

Si prestamos atención, vamos a ver que las tres lecturas de la misa se refieren a la alianza que fue sellada con sangre y que ha unido a Dios con sus hijos. La alianza es un acuerdo o un pacto en el que cada una de las partes se compromete a cumplir con lo estipulado.

En la primera lectura se nos cuenta de la primera o antigua alianza. Fue Moisés el mediador y quien rubricó la alianza entre Dios y su pueblo por medio de la sangre de los animales sacrificados. La mitad la vertió sobre el altar, la parte de Dios; y la otra mitad la asperjó sobre el pueblo. De esta manera, el pueblo entendió que Dios estaba con ellos, de su parte. Y el pueblo se comprometió a poner en práctica todo cuanto el Señor les había ordenado y que estaba recogido en las tablas de la ley.

Sabemos que el pueblo de Israel ha fallado muchas veces a la alianza porque no ha cumplido lo acordado en aquel pacto. El pueblo ha sido infiel a Dios porque ha desconfiado de Él y se ha olvidado de la promesa y obediencia a sus palabras o mandamientos. Cuál es la consecuencia de la ruptura de la alianza del Sinaí?

La consecuencia es la reacción sorprendente de Dios que envía a su Hijo como mediador de una nueva alianza. Jesús llevó a cabo el plan de unir nuevamente a los hombres con Dios. Con su sangre derramada en la cruz, el Señor Jesús ha sellado una alianza nueva y eterna entre Dios y los hombres.

Aquella alianza que tuvo como mediador a Moisés era temporal, por un tiempo, por una etapa y se había pactado con un solo pueblo y el signo era la sangre de animales sacrificados que unía al pueblo con Dios. La nueva Alianza que tiene como mediador a Jesucristo es definitiva y eterna, hecha de una vez para siempre y no con sangre de animales, sino con la sangre de Cristo, ya no es con un solo pueblo, sino con toda la humanidad.

En la antigua Alianza, el pueblo se comprometía a obedecer y a poner en práctica las palabras dirigidas por Dios. Y Dios se comprometía a protegerlos, gobernarlos y acompañarlos en todas sus actividades. Recordemos que los israelitas, recién liberados de los egipcios, todavía no formaban un pueblo, por eso Dios se había comprometido a protegerlos y conducirlos hasta que se constituyan como pueblo.

En la Nueva Alianza ¿cuál es el compromiso de Dios y qué deben hacer los hombres? En Mt 28 Jesús dice que él estará todos los días con nosotros hasta el fin del mundo. En Jn nos promete la venida del Espíritu Santo que nos acompañará y conducirá hasta la verdad plena, pero sobre todo que el Paráclito será nuestro defensor ante el adversario o enemigo de toda alianza. Jesús nos ha dejado los sacramentos para que nos nutran, nos alimenten y nos animen constantemente y así permanezcamos en la comunión con Dios y con todos los hombres.

Los hombres debemos confiar en la promesa de Dios que nunca falla. Debemos invocarlo para que se haga presente ya que donde hay dos o tres reunidos en su nombre él estará. Tenemos que dejarnos conducir por el Espíritu que va antes que nosotros. Debemos alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo y el fruto será la comunión íntima con Dios y el amor a nuestros hermanos que se expresará en servicio y ayuda a los más necesitados.


El sacrificio de Jesús no se repetirá, sólo se actualizará ininterrumpidamente en la Eucaristía. Las infidelidades de los hombres no harán precisa una nueva alianza, como ocurriera en el primitivo pueblo de Dios. La alianza con Dios por mediación de Jesucristo se renovará sacramentalmente siempre que sea necesario, sin necesidad de repetirse. Jesús no volverá a morir. Murió y resucitó y vive para siempre. La alianza pactada en la cruz se revive en cada misa y ésta nos anticipa y nos hace gustar el banquete de la alianza eterna.
SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

DOMINGO 7 DE JUNIO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28, 16-20

Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del P
adre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.»


COMENTARIO

En este día la Iglesia celebra el misterio de la Santísima Trinidad, celebra a Dios Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Nos podría parecer innecesaria esta fiesta ya que en todas las celebraciones y oraciones nos dirigimos a Dios Uno y Trino, sin embargo lo que se quiere resaltar en esta fiesta es la misión de las personas divinas y no tanto profundizar ni explicar el misterio trinitario.

Con esta festividad se nos quiere recordar cómo este Dios se ha dado a conocer a través de los acontecimientos, a través de la historia concreta de un pueblo. Y es a partir de ahí donde debemos buscarlo porque su presencia se deja descubrir por la vivencia y experiencia humana y no por la vía intelectualista.

Las constantes intervenciones de Dios en la historia de su pueblo han permitido que sus hijos puedan saber de Él cómo actúa y qué quiere para la humanidad. La experiencia de un Dios cercano y compañero de camino dice que Dios es Padre Creador, Hijo Redentor y Espíritu Santo Santificador.

Aunque es un dogma difícil de entender, fue el primero que entendieron los Apóstoles. Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios.

Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen la misma naturaleza, la misma divinidad, la misma eternidad, el mismo poder, la misma perfección; son un sólo Dios. Además, sabemos que cada una de las Personas de la Santísima Trinidad está totalmente contenida en las otras dos, pues hay una comunión perfecta entre ellas.

Con todo, las personas de la Santísima Trinidad son distintas entre sí, dada la diversidad de su misión: Dios Hijo -por quien son todas las cosas- es enviado por Dios Padre, es nuestro Salvador. Dios Espíritu Santo -en quien son todas las cosas- es el enviado por el Padre y por el Hijo, es nuestro Santificador.

La misión trinitaria podemos verla claramente en la Creación, en la Encarnación y en Pentecostés:

En la Creación, Dios Padre está como principio de todo lo que existe. Es Él quien nos llamó a la existencia y el que ha puesto en nosotros el deseo de amarlo y anhelar la felicidad.

En la Encarnación, Dios se encarna, por amor a nosotros, en Jesús, para liberarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna. Por este misterio todo hombre está unido a Dios.

En Pentecostés, el Padre y el Hijo se hacen presentes en la vida del hombre en la Persona del Espíritu Santo, cuya misión es santificarnos, iluminándonos y ayudándonos con sus dones a alcanzar la vida eterna.

Toda nuestra vida está marcada y orientada por el amor trinitario. ¿Que decimos al persignarnos? "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" Es más que una costumbre de los católicos, es deseo de la presencia de Dios en la vida y en el día que toca vivir.

Cada vez que hacemos la Señal de la Cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos el misterio de la Santísima Trinidad. Pero también, además de reafirmar nuestra identidad, nos comprometemos a vivir de acuerdo a su santa y divina voluntad.

- En el nombre del Padre: Ponemos la mano sobre la frente, señalando el cerebro que controla todo nuestro cuerpo, recordando en forma simbólica que Dios es la fuente de nuestra vida.

-...y del Hijo: Colocamos la mano en el pecho, donde está el corazón, que simboliza al amor. Recordamos con ello que por amor a los hombres, Jesucristo se encarnó, murió y resucitó para librarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.

-...Y del Espíritu Santo: Colocamos la mano en el hombre izquierdo y luego en el derecho, recordando que el Espíritu Santo nos ayuda a cargar con el peso de nuestra vida, el que nos ilumina y nos da la energía para vivir de acuerdo a los mandatos de Jesu
cristo.

Por último, Dios se nos revela como familia, como comunidad perfecta en el amor. Si nosotros somos imagen de Dios, hemos de vivir en comunión de amor con los demás, cumpliendo cada uno la misión propia, y así iremos configurándonos con Él y comunicando al mundo el rostro de Dios trinitario.
ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

DOMINGO 24 DE MAYO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-20

Jesús dijo a sus discípulos:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno
mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.»
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

COMENTARIO

En este día toda la Iglesia celebra el misterio admirable de la fe, misterio que lo afirmamos cada vez que recitamos nuestro credo apostólico. “Jesucristo… subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre…” Según la tradición de la Iglesia, este hecho sucedió cuarenta días después de la Resurrección.

En este ciclo leemos la parte final del evangelio según san Marcos. Este fragmento que no pertenece al original de Marcos es reconocido por la Iglesia como inspirado y perteneciente a la sagrada escritura.

Haber llegado con la liturgia a esta etapa del año litúrgico nos anima y compromete a seguirlo al Señor con todas nuestras fuerzas. Porque Éste que hoy asciende al cielo es el mismo que fue crucificado y murió en una cruz. Con la resurrección ya tuvimos un hermoso anuncio pero con la Ascensión se completa.

En la Ascensión Cristo no nos dejó huérfanos, sino que se instaló más definitivamente entre nosotros con otras formas de presencia. «Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo». Así lo había prometido y así lo cumplió. Por la Ascensión, Cristo no se fue a otro lugar, sino que entró en la plenitud de su Padre como Dios y como hombre. Y precisamente por eso se puso más que nunca en relación con cada uno de nosotros.

Su ascensión es una ascensión en poder, en eficacia, y por tanto, una intensificación de su presencia, como así lo atestigua la eucaristía. No es una ascensión local, cuyo resultado sólo sería un alejamiento.

La ascensión de Jesús significa el comienzo de una misión que Él confía a sus discípulos. La misión es anunciar una noticia, esto es, tienen que dar testimonio de un hecho, de un acontecimiento. Por eso no serán sólo palabras, sino también gestos y actitudes. Su anuncio irá acompañado por unas señales que le darán credibilidad, que serán por sí mismas Buena Noticia.

Echarán demonios en mi nombre. Esto significa que el mensaje será un anuncio de liberación para todos, y quienes lo acepten se verán liberados del dominio de tantos vicios y malos sentimientos como también de las tentaciones y de aquellas ideologías que proponen al hombre un modo de vida contrario a lo que Dios quiere.

Hablarán lenguas nuevas. Con el poder de la palabra podrán romper las barreras que impiden a los hombres comunicarse y relacionarse como hermanos, y así estarán construyendo la paz, la fraternidad, la justicia y el amor.

Tomarán serpientes con sus manos, y si beben algún veneno, no les hará daño. Estarán tan unidos a Dios que nada y nadie les causará daño definitivo. La presencia de Jesús vivo siempre les estará diciendo que la vida ha triunfado sobre la muerte, y así nunca tendrán miedo.

Aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Muchos hombres que reciban el mensaje y la misma presencia de Jesús serán curados de las más grandes heridas y de los males más profundos porque el Señor toca el corazón donde radican muchas enfermedades.

Los evangelizadores han recibido el mismo poder con que actuaba Cristo mientras realizaba su misión entre nosotros. El poder que el Señor les da está en proporción con la obra tan grande y difícil que les confía. Ningún cristiano puede sentirse solo y falto de fuerzas cuando se entrega generosamente a la obra de llevar la salvación a los hermanos porque sabe que Cristo está con él acompañándolo y dándole fortaleza.

El Señor prometió a los discípulos que estos milagros acom¬pañarían la obra de la evangelización. Los milagros se entienden solamente cuando están en relación con el anuncio del Evange¬lio. Cumplen la función de signos de que la buena noticia de la salvación ya está obrando en el mundo, y sirven para suscitar y fortalecer la fe en la palabra del evangelio.

Esta es la razón por la que en todo tiempo hay cristianos que han realizado y realizan milagros cuando tratan de llevar la sal¬vación a otros hombres. En realidad, es a la Iglesia a quien se le ha confiado la tarea de evangelizar, y ella cumple este mandato por medio de la tarea - grande o pequeña - que realiza cada uno de los cristianos.

Este es un mandato del Señor, que toda la Iglesia debe cumplir, y cada uno debe participar en la medida de sus posibilidades. Pero el poder de realizar milagros no es un mandato, sino una promesa del Señor. Él no mandó realizar mi¬lagros, sino que prometió que los milagros acompañarían a los evangelizadores. El Señor determina en qué momento y a tra¬vés de qué persona los hará.

La fiesta de la Ascensión del Señor nos llena de alegría por¬que Cristo, que es nuestro Salvador y nuestro amigo, es elevado a la gloria que le corre
sponde como Hijo de Dios y ocupa su lugar a la derecha del Padre. Es una fiesta que nos llena de alegría porque Cristo al ascender al cielo nos eleva también a nosotros.

Todos estamos llamados a ascender cada día en nuestra vida, debemos dar pasos de crecimiento espiritual y de progreso en todos los aspectos de nuestra vida. Vivir y anunciar la salvación de Cristo con alegría y esperanza será el signo de que estamos elevándonos hacia Dios.
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

22 de marzo de 2009


Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 14-21

Jesús dijo a Nicodemo:
«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.»


COMENTARIO

Al llegar el cuarto domingo de cuaresma nos encontramos en la mitad del camino de preparación a la Pascua, y por eso la liturgia de la palabra nos invita a levantar la mirada porque allá en lo alto está la prueba de que Dios está salvando al mundo por medio de su Hijo único. Recordemos que los domingos precedentes nos han mostrado lugares especiales donde estuvo Jesús: desierto, montaña y templo. En este domingo el ámbito es la cruz como signo del amor de Dios que está por encima de toda realidad y desde allí nos atrae para contemplar el triunfo glorioso sobre el pecado y la muerte.

El evangelista Juan, que ha llenado su libro de signos y símbolos, aquí destaca un hecho del Antiguo Testamento, un acontecimiento del pasado, para relacionarlo con otro hecho pero que está por suceder: crucifixión y glorificación de Jesús. En el libro de los Números (cap 21, 4-9) se cuenta que en el desierto Moisés levantó un mástil con una serpiente de bronce para que se sanen aquellos que contemplen esta imagen. Ahora, los que contemplen y crean en el Hijo de Dios en la Cruz, obtendrán la salvación y la vida plena.

Y la razón es: Dios ama tanto al mundo que es capaz de entregar todo con el fin de salvarlo; es capaz del más grande sacrificio con tal de que el hombre sea liberado, redimido y salvado. El amor de Dios es el fundamento de toda su obra: tanto de la creación como de la salvación.

Esta declaración “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único” es no sólo el centro del evangelio de Juan sino de todo el Nuevo Testamento. Es la verdad más clara y convincente que podemos conocer. Es una luz que se derrama y debe esclarecer las más grandes dudas y confusiones de la humanidad. El amor de Dios en la entrega de su Hijo es el signo que revela el gran misterio de la vida, es decir, nos muestra el valor elevado que tiene nuestra vida.

Es la primera vez que aparece en el evangelio de Juan la expresión “vida eterna”. Los que creen en él ya tienen la vida eterna, debemos saber que se trata de la vida eterna no en un futuro lejano, sino ahora, en el hoy de nuestra existencia, donde se hace presente la eternidad, la plenitud, la salvación. Nosotros hemos recibido ya esas primicias el día de nuestro bautismo.

¿Qué significará creer en el Hijo del Hombre? Creer es aceptar, asumir y vivir el proyecto amoroso de salvación que Dios lo ha revelado en Cristo, y por el Espírit
u Santo lo realiza cada día en su Iglesia, en cada bautizado. Creer es asociarse al Redentor y adoptar un nuevo modo de vida, un camino marcado por el amor que hemos de entregar día a día.

En la misa el sacerdote eleva el cuerpo glorioso de Cristo y desde ese lugar nos atrae a todos los que participamos de ese misterio para que nuestra vida vaya elevándose y dejando atrás las ataduras, los vicios, las malas costumbres, los malos pensamientos, la pereza, el miedo, el pecado, etc.

Podríamos preguntarnos:

  • Si Dios es capaz de hacer tanto por nosotros, ¿qué estamos haciendo o sacrificando por nuestra salvación?

  • Si Dios ha dado lo mejor que hay en su haber, ¿cuánto o qué estamos dando nosotros a cambio de una sociedad mejor?

  • ¿Qué queremos salvar en este tiempo en que muchos valores parecen perderse?

  • ¿Qué podemos ofrecer como remedio eficaz para curar las heridas y el dolor de muchos hermanos?

EVANGELIO DOMINICAL


SEPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

22 DE FEBRERO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 2, 1-12

Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo
un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados.»
Unos escribas que estaban sentados allí pensab
an en su interior:
«¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?»
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate, toma tu camilla y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo de hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.»
El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual.»

COMENTARIO

Este domingo comenzamos el capítulo de 2 de san Marcos y en él encontramos los primeros enfrentamientos de Jesús con los maestros de la ley que eran los Escribas. Hasta el capítulo 1 todo era éxito y alabanzas para Jesús, tanto por sus enseñanzas como por las curaciones que realizaba. A partir de ahora siguen los prodigios, pero también aparecen los signos de oposición.

Esta vez, Jesús cura a un paralítico y como si esto fuera poco le perdona también sus pecados. Este hecho da lugar a la controversia con los maestros de la ley porque según ellos sólo Dios puede perdonar los pecados. La palabra de Jesús suena escandalosa y con olor a blasfemia y es lo que provoca la reacción hostil de los escribas. A esta cuestión Jesús responde que si fuese un blasfemo, Dios no le concedería poder para realizar milagros y curar enfermos.

Aquí aparece por primera vez el título de Hijo del Hombre y nosotros podemos percibir que Jesús empieza a revelar el sentido más profundo de su misión; manifiesta para qué y para quiénes ha venido: para los enfermos y pecadores. El ha venido a salvar al hombre entero o a todo el hombre. Cuando Dios perdona re-crea al hombre, imagen de Dios, restaura la figura que ha sido deteriorada por el pecado.

Nosotros somos necesitados del perdón y la curación de Dios porque nos ubicamos en la línea de los pecadores y de los enfermos ya que llevamos heridas que la historia ha abierto y todavía no podemos cicatrizarlas. Son las heridas espirituales las que nos paralizan y nos impiden caminar y avanzar en la vida. La fe y la confianza en Jesucristo son el primer paso en el proceso de sanación.

Pero también este relato nos enseña y nos invita a examinar nuestras acciones o nuestras obras de caridad y misericordia. Dice san Marcos que cuatro voluntarios anónimos llevaron en una camilla al paralítico hasta el lugar donde estaba Jesús. ¿Qué descubrimos en estos hombres? ¿Qué actitudes están presentes en ellos? ¿Qué podemos aprender y hacer?

Los camilleros: 1) Son capaces de cargar con un enfermo y sus cosas; 2) saben donde encontrar a Jesús y presentarse ante Él; 3) su fe y confianza es plena que nada les impide llegar al lugar; 4) su amor es ingenioso y creativo al introducir al enfermo por el techo y 5) so
n sólo instrumentos que luego de acercar al paralítico hasta Jesús, desaparecen.

Pidamos este fin de semana que el Señor sane nuestras heridas físicas, espirituales y psicológicas, que nos ayude a superar los traumas que nos detienen la marcha y nos impiden crecer y madurar en la conducta y en las virtudes. Pero también hagamos un compromiso firme y serio en el servicio de acercar a los hombres a Dios, especialmente a los que sufren y no pueden conducirse por sí mismos.

EVANGELIO DOMINICAL

SEXTO DOMINGO DURANTE EL AÑO

15 DE FEBRERO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1, 40-45

En aquel tiempo:
Se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme.» Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado.» En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.»
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

COMENTARIO
Este relato se encuentra en los tres evangelios sinópticos. A simple vista parece uno de los tantos relatos sobre las curaciones de Jesús. Pero haciendo una lectura más profunda descubrimos que el evangelista quiere contarnos de un problema socio-religioso de aquel tiempo. Es el caso de la lepra que representa la impureza de una persona.

En aquella época y cultura la lepra era considerada una enfermedad grave, un mal altamente peligroso por lo que aquellos que la adquirían debían ser separados de la comunidad para evitar cualquier contagio. Vivían los leprosos en aldeas destinadas para ellos y en los cementerios.

Los leprosos no podían ni acercarse a una persona sana y menos aún que alguien los pudiera tocar porque también quedaba impuro automáticamente. Este estado de impureza no les permitía integrarse en la sociedad ni participar en los actos religiosos, por lo tanto eran personas excluidas.

Dice san Marcos que un leproso se acercó a Jesús y de rodillas le dice: “si quieres, puedes purificarme”. Lo que hace este hombre es una afirmación sobre el poder de Jesús, es un voto de confianza en que sólo Dios puede purificar. Es esto lo que ha conmovido al Salvador y lo que lo llevó a tocarlo y purificarlo.

El evangelista hace notar que se trata de una purificación y no de u
na sanación porque lo que necesitaba el leproso era reintegrarse a la comunidad y solo podía lograrlo si el sacerdote del templo comprobaba que ya estaba purificado.

Aquí tenemos que pensar dos cosas: 1) ¿Cuántas veces el mal que hay en nosotros, que hicimos o nos hicieron, nos alejó de Dios y de los hermanos y de la comunidad? Pero también 2) ¿Cuántas veces habremos separado y excluido a personas solamente porque las hemos considerado malas, impuras o pecadoras?

Por gracia, el evangelio de hoy nos enseña que sólo Dios puede purificar nuestra vida interior, sólo Él puede limpiar nuestras manchas que la historia fue adhiriendo en nuestro ser. Sólo Dios puede conocer el grado de impureza que hay en nosotros y de acuerdo a esta realidad puede intervenir en nuestra vida personal, familiar y comunitaria.

EVANGELIO DOMINICAL

QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



8 DE FEBRERO DE 2009


Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 29-39

Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando.»
El les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido.»
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.

COMENTARIO
Lo primero que debemos decir es que este relato es continuación del que se proclamó el domingo pasado, por eso para meditarlo hay que leer no sólo este fragmento sino también la parte que ya se leyó anteriormente porque hay unidad.

El evangelista San Marcos al destacar y detallar los tiempos (al atardecer, por la mañana, etc) quiere contarnos cómo era un día en la vida y ministerio de Jesús. Se trata de un sábado, a la mañana Jesús va a la sinagoga a enseñar, luego se retira y al mediodía va a la casa de Pedro y allí cura a la suegra de este, y por la tarde cuando ya concluye el día se encuentra con el pueblo sufriente.

Finalmente nos dice que el Señor fue a orar a solas antes del amanecer, oración que será interrumpida por Pedro que va a buscarlo preocupado porque todos lo andan buscando. El Señor que no se deja seducir por un solo pueblo, le responde que la misión ahora será en otro pueblo, en otra comunidad.

De la suegra de Pedro, el relato sólo dice que estaba con fiebre y que el Señor la curó instantáneamente. Ella estaría enferma y molesta con Jesús porque hace unos pocos días ha elegido a Pedro y este lo siguió dejando su trabajo y pronto a su familia. Ella no entiende los designios de Dios. Entonces Jesús fue a explicarle cuáles eran sus pretensiones y cuántos beneficios recibirá toda la familia por esta respuesta del pescador. Es notable cómo la mujer recuperó su salud y se puso a servirlo.

Cuando concluye el día sábado, recién pueden llevar a los enfermos para que Jesús se encuentre con ellos, y al decir que la “ciudad entera” se refiere que todos en un mismo pueblo sufren distintos tipos de males. Es también para destacar la humildad del maestro que no quiere ser reconocido al prohibir a los espíritus que hagan algún comentario de él.

Finalmente y creo que esto es lo que más nos tiene que llamar la atención. Dice Marcos que en ese lugar querían retenerlo a Jesús pero, sabiendo el Señor para qué ha venido, decide seguir camino a otros pueblos porque allí debe hacer lo mismo que hizo en Cafarnaúm. Así es que Dios quiere obrar todos los días en nuestras comunidades y lo hace con nosotros y a través de nuestra tarea misionera.

¿Qué ha querido enseñarnos el autor de este evangelio con este relato? Ha querido mostrarnos cómo es la persona y el poder del Señor, cómo era un día en la vida de Jesús y cómo debe ser el día de un misionero. Jesús participa en el culto, en la enseñanza con la predicación, se encuentra con el pueblo que siempre lo busca y luego se encuentra con su Padre en la oración que recoge y sintetiza todas sus acciones.

EVANGELIO DOMINICAL

TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

25 DE ENERO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 1, 14-20

Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.»
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres.» Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.
COMENTARIO
Este relato del evangelio pertenece al género literario vocación. A este género pertenecen algunos relatos muy conocidos del Antiguo Testamento. La experiencia vocacional los legitimaba como verdaderos profetas de Dios. El llamado los constituía en servidores especiales de Dios.

Los relatos vocacionales del Evangelio también tienen este sentido: es primero un llamado a la fe, pero también un llamado a asumir una misión especial dentro de la Iglesia.

En el Nuevo Testamento es Jesús quien llama, quien elige a sus discípulos, a diferencia de los otros maestros que eran elegidos por sus discípulos. Con esto se quiere mostrar la iniciativa divina y la libertad o posibilidad de respuesta que tiene el hombre.

San Marcos nos cuenta cómo Jesús llamó a sus primeros discípulos, se trata de Simón y Andrés, Santiago y Juan. Vemos que no los llama de la misma manera. Al primer par de hermanos los invita y les hace una promesa “los haré pescadores de hombres”; mientras que al segundo grupo sólo los llamó.

Tampoco la respuesta es igual por parte de cada grupo de hermanos. El primer grupo responde inmediatamente, esto significa que hay mayor disponibilidad en aquellos que tienen menos bienes. Mientras que los que poseen muchos bienes y riquezas lleva mayor tiempo para tomar la decisión y dar la respuesta.

Simón y Andrés sólo tenían sus redes, era lo único que debían dejar para seguir al Señor. Santiago y Juan tenían que renunciar a una pequeña empresa, a empleados y a una familia. El llamado de Jesús implica seguimiento a su persona y al mismo tiempo renuncia a aquellas cosas que pueden dificultar ese seguimiento.

Dios nos llama a un servicio especial dentro de la Iglesia porque para nosotros no es suficiente con un trabajo, una empresa, una familia, etc. alcanzar la felicidad plena que anhelamos. Si Dios nos ha elegido es porque primero ha pensado en nosotros. Si estamos convencidos de esta verdad, nosotros debemos pensar en Él y elegirlo como camino de nuestra vida.

EVANGELIO DOMINICAL

SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

18 DE ENERO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 35-42

Estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?»
Ellos le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?»
«Vengan y lo verán», les dijo.
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.

COMENTARIO

En este texto san Juan nos cuenta sobre el primer encuentro que tuvo Jesús con algunos discípulos. A diferencia de los otros evangelios, para Juan estos discípulos ya tienen una preparación porque están bajo la dirección de Juan Bautista.

El encuentro de Jesús con ellos es un encuentro personal, íntimo, directo, en el que el Mesías se deja conocer, les muestra su realidad: donde vive y lo que hace, los invita a estar con Él y así los seduce con su figura.

Todo encuentro personal e íntimo con Jesús nunca queda guardado en una sola perso
na. Esta experiencia es tan fuerte que necesariamente lleva a compartirla con los demás, y siempre será con el hermano más próximo.
Para nosotros que tuvimos esta experiencia de encuentro con Él y que la tenemos todos los domingos en la Eucaristía, debe ser una necesidad compartirla con los demás. Nuestros hermanos deben saber que nosotros “hemos encontrado al Mesías”.

La prueba más concreta de amistad con el Señor es que queremos que siempre Él esté con nosotros y viceversa. Y la prueba de que lo amamos deberá reflejarse en el amor, respeto y servicio a cada hermano y a toda la comunidad.

ULTIMA CENA