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SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

COMENTARIO
En cualquiera de los ciclos litúrgicos, se lee en el segundo domingo de Pascua, este relato del evangelio de san Juan que cuenta de dos apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. Una de estas apariciones sucedió el mismo domingo de la resurrección, y la otra, ocho días más tarde. Podemos decir que el relato consta de dos partes.

Primera parte.
Las palabras de Jesús aluden a lo que el Señor les había dicho en la última cena. Durante la última cena Jesús dijo que les dejaba la paz, y ahora resucitado los saluda comunicándoles esa paz.
Nos dice este texto que los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor resucitado. En aquella cena, Jesús les dijo que tendrían una alegría que nadie les podría quitar.

Jesús sopló sobre ellos y les dio el Espíritu Santo. Aquí San Juan relaciona este hecho con el Génesis por eso dice que fue "el primer día de la semana". El soplo sobre las personas ha aludido claramente al relato de la creación. Así como en el comienzo Dios sopló sobre Adán y le dio la vida, ahora Jesús sopla en el primer día de una nueva semana y da nueva vida a sus discípulos.

Jesús envió a sus discípulos, así como Él mismo había sido enviado por el Padre. Jesús había sido enviado para destruir el pecado y todas sus consecuen­cias, ahora esa misión es dada a los discípulos. Los bautizados al participar de la vida y del amor de Dios, reciben del Padre y a través de Cristo la fuerza del Espíritu que los impulsa a transformar el mundo.

Segunda parte.
Esta se refiere a la segunda apari­ción, que sucedió ocho días después de la Pascua, es decir en un día como hoy. En esta sección, San Juan quiere resaltar la actitud de Tomás, uno de los discípulos que no está presente en la primera aparición de Jesús. Tomás es el modelo o el discípulo que representa a todos los que al recibir el mensaje de la resurrección dudan o niegan, o exigen pruebas sensibles para creer.

El conocimiento de Cristo resucitado se dará a través de una experiencia, de un encuentro, por un acontecimiento, por medio de personas y de la comunidad. Los discípulos que habían recibido el Espíritu y que anunciaban el misterio de la resurrección ya conocían a Jesús de otra forma, así como lo iban a conocer todos los creyentes que vendrían en los tiempos futuros. Por eso Jesús le dijo a Tomás: Son más felices los que han creído sin haber visto.

¿Quiénes pueden ver a Jesús resucitado? solamente aquellos que tienen fe. Jesús ya no podrá ser visto como en los primeros tiempos. Pero aquellos que pueden verlo por la fe son testigos ante el mundo. Los que conocen a Jesús y afirman que está vivo, son los encargados de anunciar a todos los hombres lo mismo que dijeron los diez após­toles a Tomás: "¡Hemos visto al Señor!".

Muchas personas nos harán la misma pregunta de Tomás: "¿Cómo voy a creer, si no veo?". Nosotros debemos responderles con el ejemplo, con la propia vida. Si vivimos en comunidad, unidos, como verdaderos hermanos, dando ejemplo de alegría, de amor, de solidaridad e irradiando paz, estaremos dando prueba de que Jesús no está muerto.

Esa alegría, ese amor, esa solidaridad, esa paz de los cristianos no es la de los simples hombres. La tenacidad y el heroísmo de los santos y de los mártires no es el simple he­roísmo humano. La pureza y la santidad, la sabiduría y la lumi­nosidad de la Iglesia no tienen ninguna otra explicación que la resurrección de Cristo.

Si los cristianos, vivimos unidos en la comunidad de la Igle­sia, alimentados diariamente con el cuerpo y la sangre del Señor resucitado, meditando sin cesar en su palabra y dejándonos trans­formar por el Espíritu Santo, podremos llevar a cabo la misión de transformar el mundo para que deje de ser un sepulcro de dolor y lágrimas y se inunde con la luz y la alegría de la n
ueva vida que Cristo nos trae con su resurrección.

Podríamos preguntarnos
¿Qué aspectos de nuestra vida queremos que el Señor resucitado empiece a transformar?
¿Qué signos o actitudes manifiestan que Jesús está vivo y presente en nuestra vida?
¿Qué debemos hacer para que los demás crean que Jesucristo vive en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad?
SEXTO DOMINGO DE PASCUA

17 DE MAYO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 9-17

Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán
en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.
Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son usted
es los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»


COMENTARIO
En este domingo continúa el capítulo 15 de san Juan que había comenzado el domingo anterior con el relato del discurso de Jesús sobre la verdadera vid. Ahora el tema es sobre el amor de Cristo hacia sus discípulos.

Jesús, para explicar cómo es su amor o cuál es la medida con que ama a sus discípulos hace una comparación con el amor que Él recibe de su Padre. Pero sobre esto ya daba un indicio con la alegoría de la vid, al decir que somos sus sarmientos y recibimos comunicación de amor al estar unidos a Él.

En lengua griega, en la que fue escrito este Evangelio, la palabra “como” no solo dice comparación sino también fundamentación y así podríamos traducir “porque” el Padre me ama yo también los he amado a ustedes. Y nosotros debemos amarnos no sólo como nos ama Cristo, sino porque Cristo nos ama.

En esto vemos que existe una sola vida y un solo amor, una fuente o una corriente de vida y amor que reside en el Padre y desciende hacia Cristo y por Él a todos nosotros. Y es ese único amor el que nos vivifica y nos capacita para amar a los demás.

Según la expresión de Jesús “permanezcan en mi amor” que parece un imperativo nos está indicando que el fundamento de la vida y del amor no debe cortarse sino amalgamarse de tal modo que sea inseparable y para ello exhorta que cumplamos sus mandamientos.

En realidad, habla de un mandamiento “ámense los unos a los otros” como yo los he amado o porque yo los he amado. Jesús cumple este mandamiento amando y obedeciendo al Padre, amando y entregándose en la cruz por nuestra salvación. Y ésta es una expresión muy grande de su amor: dar la vida por nosotros.

¿Cómo entender el mandamiento del amor? La razón para amar a los demás es porque Cristo nos ama, pero para permanecer en el amor de Cristo debemos cumplir el mandamiento amándonos unos a otros. Entonces nadie podría amar a Dios y no amar al hermano, como tampoco nadie podría amar al hermano y negar el amor de Dios.

Para amar a nuestros hermanos, Cristo es no sólo ejemplo, sino sobre todo fundamento y la fuerza que al estar en nuestro corazón nos lleva inexorablemente a entregarlo como Él.

De acuerdo a lo que venimos diciendo, podemos también descubrir el sentido y la eficacia de la oración, es decir toda oración hecha con y por Cristo siempre será escuchada por el Padre porque Él escucha a su Hijo amado y si estamos unidos al Hijo por el amor, cada oración nuestra será tan escuchada como si se la hiciera su propio Hijo. Por eso les asegura Jesús, “todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, Él se lo concederá”.

En este breve análisis hemos visto que Dios es el fundamento de la vida y el amor, Él es la razón y el sentido de nuestra vida y de todo lo que realicemos. Él nos ha elegido y nos ha destinado para que nuestra vida, estando regada por su amor, sea fructífera y posea bienes con alcance de eternidad.

Conclusión

La reflexión de este domingo nos tiene que ayudar a creer que es posible amar a nuestros semejantes, inclusive a nuestros enemigos.

Nos debe llevar a preguntarnos o replantearnos cómo y cuál debe ser el motivo para relacionarnos con los otros.

Nos ayuda a comprender porqué debemos servir generosamente a los demás. Nos enseña en qué consiste amarnos los unos a los otros.

Nos compromete y nos propone como práctica de todos los días y de toda nuestra vida. Y si no pudiésemos, nos enseña a confiar en Él y a buscarlo y conseguirlo por medio de la oración.
QUINTO DOMINGO DE PASCUA

10 DE MAYO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 1-8

Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»


COMENTARIO

Leemos este domingo en el evangelio de San Juan un relato que el evangelista ha recogido de la última cena de Jesús con sus discípulos y que los sinópticos desconocen. También debemos tener en cuenta que Juan es el que nos presenta a Jesús identificándose con la expresión “Yo Soy”. El domingo pasado decía “Yo soy el Buen Pastor…”

Hoy nos dice “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador”. Y más adelante: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. Hay una relación entre el viñador y la vid, y lo mismo sucede entre la vid y los sarmientos, y la relación es la de permanecer uno en el otro.

El que permanece en el amor de Jesús y deja al Señor permanecer en su vida puede dar frutos, mientras que el que está separado nada puede hacer. El hecho de permanencia mutua garantiza la producción de abundantes frutos. Entonces, la condición para dar frutos es la permanencia.¿Pero qué significará permanecer?

En el evangelio de Juan, permanecer significa: presencia, unión reciproca, mutuo conocimiento y amor. Esto es lo que sucede entre el Padre y el Hijo. Jesús dice que el Padre permanece en Él y Él permanece en el amor del Padre.

Según esta alegoría el bautizado permanece en Cristo por la adhesión a su persona y no por otro vínculo. Los hijos de Israel estaban unidos a Dios porque pertenecían a este pueblo. En la Vid Verdadera se unen a Dios los hombres de cualquier raza, pueblo y condición social o cultural.

Para tener en cuenta, según la expresión de Jesús, “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”:

Basta que una persona esté unida a Él por la fe y el amor y ya podrá dar muchos frutos, podrá ser una buena persona.

El discípulo por estar en el camino del Maestro irá aprendiendo a ser un buen cristiano y de su corazón brotarán obras buenas.

El discípulo que no está unido a Cristo está desarraigado de sí mismo y descentrado, está separado de su morada y de su centro.

Por la comunión que el hombre establezca con Dios, Éste lo irá corrigiendo y ayudando a crecer cada día y así llegará a la madurez y a la plenitud.

Esta realidad de los sarmientos unidos a la vid es la que hace que la Iglesia esté abierta al mundo y sea allí instrumento de paz y de salvación.

La vida y el mensaje de Cristo constituyen el terreno vital donde debe radicar la Iglesia. Es en Cristo, la piedra angular, donde se edifica constantemente la Iglesia.

Porque estamos enraizados en Cristo, nuestra vida tiene sentido, tiene un camino en dirección a Dios, a la felicidad plena.

Porque permanecemos en Cristo, hemos adquirido un compromiso en la vida y de por vida. Nuestro compromiso es hacer que el mundo sea mejor cada día y que nuestra convivencia sea sana y sanadora.
CUARTO DOMINGO DE PASCUA

3 DE MAYO DE 2009


Lectura del santo Evangelio según san Juan 10, 11-18

En aquel tiempo, Jesús dijo:
«Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.
Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.
El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre.»


COMENTARIO
En este domingo la Iglesia celebra todos los años a Jesús resucitado con el nombre del Buen Pastor. Cada año se lee un fragmento del capítulo 10 del evangelio de San Juan y en este ciclo B leemos la parte central de ese capítulo. También hoy la Iglesia reza por todos los que están llamados a ser pastores del Pueblo de Dios.

Jesús ha tomado esta figura del pastor para decirnos que Dios cuida, alimenta, defiende y conoce bien a cada uno de sus hijos; pero también quiere decirnos que nosotros -a ejemplo de las ovejas- debemos dejarnos cuidar y alimentar por el Buen Pastor. Será muy importante que analicemos las características del Buen Pastor y de las ovejas.


Buen Pastor. Jesús le había dicho al joven rico que “solo Dios es bueno”. Es bueno porque hace bien, comunica bien, da vida. En Él se puede confiar porque es auténtico, veraz. El Buen Pastor defiende a cada una de sus ovejas porque a Él le pertenecen, es el único dueño.

Doy mi vida por las ovejas. Jesús se ha expuesto en la cruz, arriesgó su vida y murió por cada uno de nosotros. El Buen Pastor se arriesga por el rebaño, se sacrifica, se entrega para que a ninguna oveja le falte nada.

Conozco a mis ovejas. Jesús conoce a cada uno no sólo por nuestro nombre, sino sobre todo conoce nuestro interior, nuestro corazón, nuestra vida. Por eso sabe lo que cada uno necesita. El Buen pastor que conoce a sus ovejas sabe cuando alguna está enferma o herida y entonces la auxilia, la sana y la hace caminar.

Mis ovejas me conocen a mí. Las primeras ovejas de Jesús son sus discípulos, ellos lo conocen porque están con Él y comparten varios momentos de su vida. Los que conocemos a Jesús sabemos que fue por una gracia, porque él mismo se da a conocer, se revela como el único y buen Pastor.

Ellas oirán mi voz. Sólo los que están y comparten su vida con el Señor podrán oír su voz, podrán captar lo que dice y poner en práctica lo que enseña. Nosotros escuchamos la palabra de Jesús y ella nos va instruyendo para que amemos de corazón a Dios y entreguemos nuestra vida por el bien de los demás.

Habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. Jesús quiere reunirnos, pero sobre todo unirnos. En su oración pide por la unidad de todos los que recibieron la fe para que ninguno se pierda y puedan dar testimonio y así el mundo crea que son verdaderos cristianos.

Tengo poder de dar la vida y recobrarla. Jesús es el Buen Pastor y en Él debemos confiar porque tiene poder y la prueba está en que puede dar vida, puede hacer que todos los que están tristes, heridos, agobiados y deprimidos recobren el estado de paz, alegría, esperanzas y sueños. Jesús es el Buen Pastor y nosotros debemos ser buenas ovejas, dóciles a su voz, abiertos a su enseñanza, humildes para recibir todo lo que venga de sus manos.

Jesús quiere que seamos buenas ovejas porque luego él nos constituirá en pastores de su rebaño, en dirigentes de la comunidad, en misioneros de su Palabra y en testigos de su amor. Jesús es el único y buen Pastor y todos los demás participamos de este ministerio.

Jesús designa a los que serán pastores de su rebaño por eso nadie puede arrogarse el derecho a pedir el ministerio de pastor. Jesús elige a los que Él quiere, primero los forma y luego los transforma en servidores de su reino.


La celebración de este domingo nos invita a confiar en el Buen Pastor que nunca descuida a sus ovejas. Él suscitará pastores para su pueblo y lo hará a su debido tiempo. N
o desesperemos y amemos al Buen Pastor por medio de la obediencia a los pastores de nuestro pueblo.
TERCER DOMINGO DE PASCUA

26 DE ABRIL DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48

Los discípulos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes.»
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo.»
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos.»
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.»

Comentario
El evangelio de este domingo nos cuenta lo que sucedió entre Jesús y los discípulos el mismo día de la resurrección, en horas de las tarde. Estos, luego de la muerte de Jesús, se quedaron pensando y comentando sobre esta experiencia fuerte y triste. Seguramente, estarían recordándolo a Él en algunas de sus enseñanzas o milagros que realizaba.

Debemos imaginarnos que durante ese día han llegado a la mesa de los discípulos varias noticias acerca de la vida de Jesús. Las mujeres han comentado que no encontraron el cuerpo de Jesús y que unos ángeles les dijeron que Él había resucitado. Pedro habrá contado que él también fue a ver el sepulcro y no lo encontró, pero que se le apareció en algún lugar, y ya llegada la noche dos discípulos están contando que conversaron con Él en el camino.

En este momento y en este estado de tristeza y de muchas dudas se presenta Jesús resucitado ante sus amigos. Cuando ellos lo ven quedan perplejos y atónitos porque no sabían lo que estaban viendo, no sabían si era un fantasma o un espíritu y se apoderó de ellos una confusión. Inmediatamente el Señor les comunica la paz y así los prepara para que puedan ver y gustar lo que vendría a continuación.

El Señor les muestra su cuerpo que está marcado por la pasión del viernes y glorificado por la resurrección del domingo. Con esto los convence de que es el mismo que antes había compartido con ellos. Pero por si quedaran dudas, les pidió algo para comer y se sirvió un trozo de pescado delante de ellos, y con esto les mostraba que no era un fantasma, y sobre todo quería dejarnos un enseñanza para todos que la resurrección no es solamente supervivencia del alma, sino también glorificación del cuerpo.

Con esto, los discípulos no necesitaban que alguien venga a contarles porque ellos mismos han podido comprobar que Jesús está vivo, ha resucitado y ha compartido con ellos un encuentro como los de antes, por lo tanto sigue esta amistad y este sueño. Están llenos de alegría porque la vida ha triunfado sobre la muerte, y ahora el Señor Jesucristo vivirá para siempre.

Jesús quería que además de verlo con los ojos del cuerpo también pudieran contemplarlo con los ojos de la inteligencia, para ello les explicó las Sagradas Escrituras y les hizo comprender que ninguna cosa había sucedido al azar sino que se trataba de un plan querido por Dios.

El plan de Dios no termina con la resurrección de Jesús sino que continúa y se debe extender a todas las naciones, hay que llevar la salvación a todos los hombres. Hay que salir a proclamar por todos los caminos que Jesús ha muerto y ha resucitado, y así todos los que escuchen y acepten esta verdad podrán alcanzar el perdón de Dios. Cuando el mensaje de salvación llegue a todos los hombres entonces se habrá cumplido el plan de Dios.

¿Qué habrá significado para los discípulos este envío de llevar la Buena Noticia a todas las naciones? ¿Quién sería capaz de ponerse a trabajar para conseguir que todos los hombres del mundo salgan de las situaciones de pecado y vivan como hijos de Dios? Es una tarea y un compromiso muy grande, tanto que nadie se animaría a embarcarse en un mar tan inmenso y profundo. Es muy probable que cualquier persona sienta temor o le parezca una locura.

Lo cierto es que al manifestarse Jesús vivo ante sus discípulos les está diciendo que su mandato no es una idea caprichosa o un sueño utópico, sino una obra realizable porque la continuará Él con ellos ahora y después con los discípulos de todos los tiempos. Esta obra será posible porque quien da la orden también da la gracia, la fortaleza y la sabiduría.

Así, el mensaje ha llegado a nosotros después de muchos años y de pasar por muchas culturas y generaciones. El mensaje es siempre el mismo, no ha cambiado, se conserva el dato original. Jesucristo es el contenido de este anuncio. El es el mismo ayer, hoy y siempre. El está vivo y allí donde es presentado produce el mismo efecto que recibieron los discípulos la tarde del Día de la Resurrección.

Cuánta alegría necesita el mundo porque está dolido por el pecado, las guerras, el hambre, el odio, las enfermedades, la inseguridad, la violencia, la muerte, etc. Cuántos hermanos nuestros han perdido la alegría, la paz y la esperanza y cuántos jóvenes la buscan equivocadamente. Nosotros que somos testigos y amigos de Jesús resucitado debemos presentarlo con un
rostro vivo, alegre y cargado de esperanza.

Para pensarlo
¿Estoy viviendo como resucitado: alegre, pleno, llevando una vida nueva, cargada de sentido, de esperanza y de entusiasmo?
En estos días ¿hablo de Cristo resucitado a mis amigos y compañeros y lo hago con convicción, con alegría y con mucho amor?
Para con los hermanos que sufren ¿he dedicado un día o una hora para compartir y brindarles la alegría y el amor que me comunica Cristo resucitado?
VIGILIA PASCUAL


SÁBADO 11 DE ABRIL DE 2009

Los cuatro evangelios tienen en su última parte un relato en el que se explica cómo fue hallada la tumba vacía. Todos coinci­den en ciertos datos: que sucedió una vez que pasó el día sábado y que la testigo principal fue María Magdalena. En los otros detalles y en los pormenores del relato no hay coincidencias. Esto nos exige prestar una atención especial al texto evangélico para alcanzar a comprender la intención del autor y no desviar­nos hacia aspectos que estaban fuera de su interés.

Las divergencias entre los evangelios son un indicio de que los autores no pretendían hacer un relato de carácter biográfico, al estilo del que podría haber redactado un cronista o un perio­dista allí presente, sino una tarea propia del evangelista, es decir una predicación. El lector no debe buscar la reproducción exac­ta del hecho, tal como sucedió, sino una lectura donde los deta­lles están colocados a propósito para que comprenda lo que ese hecho significa para su fe. En esa interpelación a su fe es donde debe encontrar la verdad del relato, y todos los demás elemen­tos están puestos a su servicio.

LAS MUJERES CON LOS PERFUMES
El evangelio de san Marcos presenta en primer lugar a tres piadosas mujeres que en la madrugada del domingo compran perfumes y se dirigen al sepulcro para realizar la tarea de ungir el cuerpo del Señor. Esta tarea, que debería haber sido hecha antes de colocar el cadáver en la tumba, fue impedida por la inminencia del comienzo del día sábado. Esta tardía realización de la unción, cuando la tumba ya está cerrada y se está en el tercer día después de la sepultura, encontraría serios reparos para una crítica de carácter histórico. Pero como se ha dicho más arriba, no es esta la intención del autor. Preguntémonos más bien qué es lo que el evangelista quiere decir a través de esta imagen.

Bajo una apariencia piadosa, como es la de sepultar honrosamente a los muertos, se descubre una gran falta de fe en la resurrección de Cristo. Así como los discípulos han huido al encontrarse con el aparente fracaso del Señor en la Cruz, las mujeres consideran que su muerte es definitiva y se preparan para tratar su cadáver como el de cualquier otro muerto que deberá permanecer para siempre dentro de un sepulcro.

En las mujeres encontramos representados a todos aquellos que consideran la muerte como un fin, y que ante la cruz de Cristo no ven más que la derrota y el fracaso. El mensaje de la resurrección no es fácil de admitir, y también los mejor intencio­nados, como las mujeres del relato, encuentran dificultad. Ellas son capaces de llorar por la muerte de Jesús, quieren rodear de honor su sepultura, pero no tienen fuerzas para levantar la mira­da hacia la esperanza de la resurrección. ¿No es esta la actitud de muchos de los que han celebrado con piedad, tal vez muy sincera, estos días de la Semana Santa?

EL TEMOR Y EL ESPANTO
El diálogo que las mujeres llevan por el camino nos prepara para la gran sorpresa. Ellas van preocupadas por la piedra que cierra la puerta de la tumba ¿quién podrá sacarla para que ellas puedan entrar? Por su falta de fe en la resurrección esperan encontrar una tumba definitivamente cerrada. Pero lo que encuentran es algo totalmente distinto de lo que esperaban: el se­pulcro ya está abierto, y en vez de encontrarse con un cadáver, ven un joven de blanco, signo de victoria y no de duelo, que está sentado allí donde nadie se habría atrevido a sentarse: el lugar en el que se coloca a un muerto.

La reacción de las piadosas mujeres ante la aparición celes­tial, lejos de expresar alegría, muestra más bien terror. No se alegran por la ausencia del cadáver y por las palabras alentado­ras del joven que explican el sentido de la misma. Nuevamente el evangelista las presenta como carentes de fe aun cuando se les habla claramente sobre la resurrección del Señor.

Las palabras finales del relato insisten en el temor de las mujeres y en su desobediencia a la orden dada por el mensajero celestial.

El autor del evangelio muestra las distintas facetas de la falta de fe. La reacción de las mujeres es la de aquellos que no com­prenden el verdadero sentido de la resurrección y la imaginan como algo terrible, que puede provocar espanto y miedo pero no alegría. La poca penetración que el mensaje celestial tiene en el corazón de ellas se muestra por el hecho de no comunicar a los demás esta alegre noticia. ¿No obramos así los que en cada pascua recibimos el mandato de llevar al mundo el mensaje lle­no de consuelo y esperanza de que Cristo ha resucitado, y de que con su resurrección ha vencido la muerte también para no­sotros?

EL MENSAJE
En los relatos del hallazgo de la tumba vacía siempre hay uno o dos personajes que explican el sentido de que el cadáver de Jesús ya no se encuentra en el sepulcro. Esta es la parte central y más importante de la narración. En este evangelio que esta­mos comentando, se trata de un solo personaje, un joven vestido de blanco deslumbrante y sentado a la derecha. La vestidura y la posición indican su condición de gloria y majestad, todo lo contrario de la vergüenza del joven que huyó desnudo al co­mienzo del relato de la pasión. Las dos figuras parecen haber sido puestas intencionalmente por el autor del evangelio, como dos figuras arquitectónicas que encuadran el relato, una al prin­cipio y otra al final de la pasión.

El joven que está dentro del sepulcro se dirige a las mujeres invitándolas a deponer su temor, y de una manera discreta les reprocha que busquen al Nazareno Crucificado. Con estos dos títulos se señala a Cristo en su condición terrenal. El Nazareno Crucificado ya no está más, ahora está el Resucitado: El joven explica que aunque el Crucificado y el Resucitado son la misma persona, del primero no ha quedado nada más que un espacio vacío que ellas pueden ver. Este es el signo que tenemos todos los cristianos: no veneramos una tumba con un glorioso cadáver, sino un sepulcro vacío. El hecho de que Jesús se haya levantado de entre los muertos no es para infundir miedo a nadie. No se trata de aquellos relatos que leemos a veces y que pertenecen al género de las narraciones terroríficas. Aquí se trata de una vic­toria sobre la muerte que debe traer paz y alegría a todos. El temor que antes infundía la muerte ya ha desaparecido.

Pero inmediatamente viene la misión. Las mujeres son en­viadas a llevar la buena noticia a los discípulos y a Pedro. Basta con recordar lo que sucedió durante la pasión para comprender el sentido de estas palabras: los discípulos huyeron dejando solo al Señor, y Pedro lo negó tres veces. El Señor resucitado envía un mensaje a todos ellos convocándolos otra vez a su compañía.

Es el mensaje del perdón y la reconciliación para todos los que no conservaron la fidelidad.

La convocatoria se refiere a un encuentro con el Señor en Galilea. Ellos deben volver al lugar donde siempre han vivido y trabajado, el lugar en el que conocieron a Jesús y trataron con Él. Si ahora están en Jerusalén, es solamente por una circuns­tancia especial: han ido a celebrar la Pascua, y allí ha tenido lugar el cumplimiento de las Escrituras. Deben dejar Jerusalén y volver a su vida diaria, allí encontrarán al Señor.

ULTIMA CENA