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SEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO AÑO C

Evangelio según San Lucas 6, 17. 20-26

En aquel tiempo, al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:
«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes, lo
s que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

COMENTARIO
Las bienaventuranzas -dirigidas según Lucas a los discípulos (a los cristianos) y al pueblo (a toda la humanidad)- constituyen el programa nuclear del Reino de Dios y responden a una aspiración profundamente humana. Son un ideal evangélico de vida y un mensaje liberador para todos. Dios no bendice situaciones de carestía injusta, sino actitudes de justicia.

Lucas recoge cuatro bienaventuranzas seguidas de cuatro maldiciones correlativas (vv. 20-26). Las tres primeras bienaventuranzas de Lucas son, en realidad, una sola. Forman un tríptico que declara dichosos a «los pobres», a «los que ahora pasan hambre» y a «los que ahora lloran», porque se va a dar un cambio radical en la actual situación.

El mensaje de Jesús es que las bienaventuranzas no son, pues, una recompensa a esfuerzos de conversión o debido a virtudes morales. Sino la proclamación de que Dios se pone de parte de los pobres, de los hambrientos, de los que la vida sólo les depara penas y llanto, de los que sufren persecución por causa de Jesús y de su causa, no porque éstos sean mejores o tengan determinadas virtudes, sino porque su situación de opresión e inhumanidad le resulta insoportable a él, que es un Dios de vida, que ama la justicia, el Dios de la verdad y la misericordia. Éste es el mensaje de Jesús.

Y entendidas así, las bienaventuranzas recobran todo su sabor de alegre noticia, y queda descalificada la interpretación que las considera como una colección de normas éticas (debemos ser pobres, debemos pasar hambre, etc.). Para Jesús la pobreza y la miseria es algo escandaloso que va contra el querer de Dios. El cristiano la rechaza y la combate. Todo esfuerzo por suprimirla es un paso que hace avanzar al Reino de Dios, que es expresión de la riqueza y la abundancia compartida. Sin embargo, en la actual situación en la que viven tantas personas y países, elegir la pobreza como solidaridad con los pobres para luchar contra ella se convierte en buena noticia, ya que es proseguir la causa de Jesús y vivir nuestra filiación y fraternidad construyendo el Reino de Dios.

Quien se ha encontrado con Cristo y se ha definido a favor de él no tiene más remedio que optar por un cierto estilo de vida. Y quien no opta por tal estilo de vida -que no es otro que el mismo estilo de Jesús- es que o no se ha encontrado real y personalmente con Cristo o que habiéndose encontrado con él, lo ha rechazado. Cristo no engaña; en repetidas ocasiones avisa que, quien quiera seguirle, está llamado a amar de modo definitivo a los demás; y amar implica darse, y darse es renunciar a sí mismo; por eso, quien opta por Cristo acaba siendo pobre, porque no le queda más remedio; y acaba sufriendo, porque el amor que debía existir entre todos los hombres aún no es una realidad; y acaba llorando, teniendo misericordia, trabajando por la paz, siendo limpio de corazón, pasando hambre y sed de justicia...

Esta es la realidad de las bienaventuranzas: que no son otra cosa que la nueva realidad de los que han optado por Cristo. Las bienaventuranzas no son sino algo que sucede después de haberse decidido por Jesús, lo que uno se va a encontrar en su vida después de dar un sí a Cristo. Por eso es dichoso el pobre: porque su pobreza es fruto de una opción por Jesús. Quien llora porque se le ha muerto su madre no es bienaventurado; todos lloran cuando pasan tal trance. Quien llora porque el seguir a Jesús le hace comprender cosas que hacen llorar, quien
llega a llorar como efecto de seguir a Cristo, ese es dichoso. Y así con todas las bienaventuranzas. Lo primero es, pues, la decisión por Cristo; y luego, por haber hecho tal opción, seremos dichosos. Y si lo intentamos al revés no conseguiremos nada. La dicha no puede venir por sí sola sino, únicamente, como fruto de nuestra decisión en favor de seguir a Cristo.


BIENAVENTURANZAS DE LA SOLIDARIDAD

Felices los que siguen al Señor
por la senda del buen Samaritano.
Los que se atreven a andar tras sus pasos,
a superar las dificultades del camino,
a vencer los cansancios de la marcha.
Los que, al andar, van trazando
sendas nuevas para que otros sigan,
entusiasmados, y continúen la obra del Señor.

Felices los que dan la vida por los demás.
Los que trabajan duro por la justicia anhelada.
Los que construyen el reino desde lugares remotos.
Los que, anónimos y sin primeras planas,
entregan su vida para que otros vivan más y mejor.

Felices todos los que trabajan por los pobres.
Desde los pobres. Junto a los pobres.
Con corazón de pobre.
Contemplando a diario la hermana muerte, temprana,
sufrida, dolorosa, en los rostros de los niños olvidados,
sin salud, ni educación, ni juegos.

Felices los que aman al hermano concreto.
Los que no se van en palabras,
sino que muestran su amor verdadero
en obras de vida, de compañía y de entrega
sincera.

Felices los que comparten sus bienes,
don-regalo del buen Dios,
para vivir como hermanos
y demostrarlo en la práctica.
Los que no guardan con egoísmo,
sino que brindan y comparten.

Felices los que caminan juntos,
en la búsqueda comunitaria
del reino de vida nueva
y fraternidad realizada.

Felices todos los que piensan primero
en el hermano y que encuentran su alegría, el gozo
y el sentido de la vida en trabajar por los demás
y por el reino, y por el Señor vivo en medio nuestro.
Olvidado, marginado, solo y abandonado
en los rostros de jóvenes, de indígenas, de ancianos,
de mujeres solas, de desempleados, y de tantos otros.

Felices, señores
-y alzo la voz para que escuchen todos-,
los que viven el mandamiento primero
que es el amor a Dios en el hermano.

VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

20 DE SEPTIEMBRE DE 2009


Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 30-37

Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará.» Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos.»
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado.»

COMENTARIO

El relato que leemos este domingo corresponde a la segunda parte del Evangelio de san Marcos y en esta parte, el evangelista, sigue insistiendo en explicar cómo es el Mesías porque la respuesta de Pedro del domingo pasado demostró que no lo conocía o que no podía entender la misión del Mesías.

Jesús vuelve a anunciar su muerte y resurrección a sus discípulos pero éstos no entienden y prefieren no saberlo o no escucharlo. Como el tema del que está hablando Jesús no tiene gran interés, los discípulos discuten otras cuestiones.

Con claridad, dice el evangelista que el tema en discusión era sobre quién es el más grande en el grupo. Parece que quieren organizarse según las condiciones sociales o intelectuales de cada uno para colaborar con el Maestro cuando Él llegue al poder o reine en Jerusalén.

Aquí hay un nuevo llamamiento de Jesús y les advierte a los apóstoles cómo debe ser la ubicación y cuál es la condición para ser considerado primero en el Reino. No es el poder ni la autoridad, sino el servicio y la dedicación.

Y para que no quedaran dudas, como siempre, el Señor usa ejemplos que clarifican sus enseñanzas, esta vez lo hace con niños. Los que mejor representan el modelo cristiano de seguimiento y obediencia a Cristo son los niños, ya que ellos se muestran dóciles a sus palabras.

Relacionando este relato con el del domingo pasado encontramos, en ambos, dos ideas que nos ayudarán en la reflexión. La primera es la pregunta de Jesús a sus discípulos y la segunda es el anuncio de su pasión muerte y resurrección.

El domingo anterior la pregunta era ¿Qué dice la gente … y ustedes del hijo del Hombre? Ahora pregunta el Señor: ¿De qué hablaban en el camino? Son preguntas a modo de evaluación o revisión, invitan a profundizar lo que se está viviendo, lo que se va haciendo o alcanzando en el camino.

La segunda idea común es el anuncio de la pasión, muerte y resurrección del Señor y la respuesta de los discípulos. Éstos reciben el anuncio de algo que no quieren escuchar o no quieren saber por eso comenta el evangelista que ellos no comprendían y temían preguntar. Por no comprender tal anuncio, el domingo pasado, Pedro se ganó un reproche muy duro de parte de Jesús.

¿Qué nos sugiere esto para nuestra reflexión personal? En los evangelios se encuentran tres anuncios de la pasión… esto nos indica que el Señor debió decirlo muchas veces, repetirlo tantas veces como sea necesario a fin de que se grabe en el corazón y en la vida de los discípulos. Así también cuántas veces nos repetirá a nosotros esta y todas las verdades que nos cuesta escuchar. Cuántas veces necesitaremos que el Señor nos anuncie su modo de obrar en el mundo y nos recuerde cuál es nuestra misión.

Y no nos olvidemos que mientras vamos caminando con el Maestro, Él nos enseña y nos pregunta cómo vamos haciendo el proceso de formación. Hoy, el Señor nos pregunta a todos de qué hablamos en el camino. Nosotros tenemos que ser sinceros y responder si hablamos de Él o de nuestros intereses, muchas veces egoístas y mezquinos. Tenemos que revisar si nuestros temas de discusión, charla o debates hablan de Dios o lo niegan a Él. Veamos también cuáles son los temas que preocupan y ocupan la vida del hombre moderno.

Jesucristo, el Hijo de Dios, es nuestro Mesías Salvador que pasando por la pasión y muerte en la cruz nos alcanzo la resurrección y la vida eterna para todos los que creemos en Él. Será Jesucristo, será la salvación, serán estos los temas que hablamos en casa, en nuestra familia, con amigos y compañeros? Hablamos a los niños y adolescentes de Jesucristo como modelo, propuesta o estilo de vida que ellos podrían adoptar.

Tendríamos que ver si en nuestra sociedad estamos hablando de Dios, si nuestra vida habla y da testimonio del amor, de la verdad y de la justicia. Verifiquemos si nuestras palabras y acciones están en la misma línea de la solidaridad y del bien común, del desarrollo y crecimiento personal y comunitario.

VIGESIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

13 DE SEPTIEMBRE DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 8, 27-35

Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le re
spondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas.»
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?»
Pedro respondió: «¿Tú eres el Mesías.» Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.
Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.
Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.»
Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.»

COMENTARIO
El relato evangélico que leemos este domingo está ubicado en la mitad del evangelio de Marcos y que se encuentre en ese lugar denota suma importancia. Para la mayoría de los biblistas, este evangelio se caracteriza por presentar a Jesús como Mesías Salvador, el Hijo de Dios. Con esta expresión “Hijo de Dios” comienza y termina el relato de Marcos.

Aquí es Pedro el que afirma que Jesús es el Mesías, luego del interrogatorio que el Señor les hiciera a todos los discípulos. Queda claro entonces que san Marcos quiere presentar en su obra a Jesús, verdadero Hijo de Dios, Mesías, Salvador del mundo.

Todos los que leemos este pasaje podríamos creer que la afirmación del jefe de los apóstoles es correcta cuando dice que Jesús es el Mesías, sin embargo no ha acertado totalmente. Veamos qué y cuánto falta a la confesión de fe de Pedro.

Nos cuenta este relato que llegado un momento, Jesús hace un sondeo e interroga a sus discípulos acerca de que opina o piensa la gente sobre Él. Según la respuesta parece que la gente tenía ideas muy diversas porque algunos estaban convencidos que era Juan Bautista mientras que para otros era el Profeta Elías o uno de los tantos profetas que aparecían en Israel.

Lo que dice la gente no parece preocupar demasiado al Maestro y tampoco era ésa la razón de su pregunta. Jesús quiere saber qué dicen sus discípulos, aquéllos que están con Él, que comparten su vida y que lo van conociendo. Esto sí le interesa al Señor porque su misión es revelarse, darse a conocer, dejarse descubrir.

En nombre de todos, Pedro dice quién es Jesús y su afirmación parece correcta, pero vemos que en seguida muestra su falsedad. No tenía este discípulo una visión adecuada del Mesías. Quizás haya creído que el Mesías sería un guerrero invencible, capaz de dominar a cuanto enemigo se cruce en su camino.

El príncipe de los apóstoles se ve sorprendido cuando el Señor anuncia que la misión del Mesías es enfrentar y pasar por la pasión y la cruz y luego resucitar. Qué decepción y qué confusión! Pero claro, Pedro pensaba como los hombres y no como su Mesías, por eso no entiende el plan salvífico que incluye abrazar la cruz.

Al igual que las opiniones del pueblo, la afirmación de Pedro indica que la verdadera imagen de Jesús era muy lejana a la que él se había fabricado. Se puede entender que a esta altura del camino, nadie hubiera podido tener una imagen correcta y exacta de Jesús, porque la misión del Mesías y toda su obra se entiende únicamente a la luz de la Resurrección.

También podemos entender ahora que la negación de Pedro en la Pasión no era algo que estaba ocultando, sino una afirmación de algo que estaba seguro: “no conozco a ese hombre”. Podría decirse así: “el hombre que yo conozco no es éste porque se deja humillar y ultrajar por los enemigos, mientras que el que yo conozco es un Mesías valiente, poderoso y capaz de dominar y reinar cuando el mismo se lo proponga. En verdad, no lo conozco, no sé quién es”.

Aquí también se aclara porqué Jesús les advierte que no dijeran nada a nadie acerca del Mesías. No podían hablar de alguien que aún no conocían, de Él se hablaría después de la Pascua. La cruz iba a corregir todos los errores y falsedades acerca de la persona y de la misión del Mesías.

Hacernos una imagen adecuada de Dios significa asimilar en nuestra vida todo el proceso de Jesús, desde su Encarnación hasta su Ascensión. Jesús es el gran revelador del Padre por eso debemos estar atentos a cada una de sus palabras, gestos y acciones.

Los evangelistas han querido entregarnos un retrato de la persona de Jesús, una imagen tal como ellos la descubrieron. Los autores sagrados estaban inspirados por Dios, y esto garantiza que al escribir estaban reflejando el rostro y el corazón de Dios.

San Marcos nos dice que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que su misión pasa
necesariamente por la pasión, muerte y resurrección. En la segunda parte de su libro presenta esta verdad del Mesías Salvador. Atentos, porque la liturgia nos ofrecerá para los próximos domingos los relatos de este evangelista.

En esta semana podríamos hacer un propósito que nos ayude a mejorar la imagen o idea que tenemos de Dios, y para ello sintámonos interpelados por esta pregunta del Mesías: ¿Quién es Jesús para nosotros? Y pensemos ¿Qué diremos a los demás acerca de su persona?
VIGÉSIMO PRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

23 de agosto de 2009


Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 60-69

Muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.»
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.»
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?»
Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.»

COMENTARIO

En este domingo vigésimo primero del tiempo ordinario terminamos de meditar el capitulo sexto del evangelio de San Juan, recordemos que había comenzado con el relato de la multiplicación de los panes el domingo décimo séptimo.

Como algunos no habían entendido el significado de este hecho prodigioso, Jesús quiso explicarles y con este discurso del Pan de Vida, el Señor ha revelado la grandeza y riqueza de ese misterio.

Según la conclusión que leemos hoy, parece que la explicación de Jesús es más difícil de creer y de aceptar que el propio milagro. Hay dos cosas que a los discípulos les cuestan entender: que Jesús es el Pan vivo bajado del Cielo y que ofrezca su carne y su sangre como alimento para la vida del mundo.

Este es el lenguaje duro que no pueden interpretar y los lleva a alejarse del Maestro. Para este grupo grande de discípulos es imposible creer lo que Jesús ha enseñado y por eso prefieren retirarse.

La respuesta de Jesús es si se han escandalizado por esta enseñanza ¿qué será cuando se les diga que Él retornará glorioso al Padre después de haber pasado por la cruz? Podríamos preguntarnos nosotros ¿por qué estos hombres no entendieron el mensaje de Jesús?

El Maestro lo explica diciendo El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Los discípulos han interpretado la enseñanza con criterios muy humanos, han usado la razón, la lógica, la carne; mientras que Jesús utiliza el lenguaje del Espíritu, dador de vida.

Jesús conoce a los hombres y sabe que algunos no van a creer porque no hay apertura de corazón, porque no hay respuesta sincera al llamado de Dios. Seguramente los que no creen es porque prefieren seguir utilizando el lenguaje de la carne, del mundo. Hay muchos que escuchan la voz de Dios, pero no aceptan todo lo que Él dice y enseña.

La Palabra de Jesús es Espíritu y Vida y aquel que la recibe queda vivificado por esa presencia, por esa gracia. Sin el Espíritu no hay fe y tampoco hay vida plena porque todo queda reducido a la carne, a lo temporal.

Qué hicieron los discípulos que lo abandonaron a Jesús? Se fueron en busca de otro maestro, quizás consigan a alguien que hable en un lenguaje acorde a los criterios de la carne, del mundo.

Es de imaginarse que los que se fueron han provocado en todos los discípulos la misma tentación de dejar de escuchar a Jesús, por eso Él les dice a los doce ¿También ustedes quieren irse?

El que responde a la pregunta de Jesús es Pedro y lo hace en nombre de sus compañeros. Es una sincera profesión de fe. Ellos creen que Jesús tiene palabras de vida eterna y que es el Mesías o "Santo de Dios".

En los cuatro evangelios aparece Pedro como portavoz de la fe de la primera generación cristiana. La respuesta del apóstol recupera la expresión del mismo Jesús: "Las palabras que les dije son espíritu y vida". La respuesta de Pedro es una opción y una adhesión a la persona de Jesús, es una opción por la vida plena.

El gran discurso eucarístico de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún sobre el “pan de vida”, se hace presente cada vez que participamos de la celebración eucarística, ahí nuevamente nos explica y nos recuerda que Él es nuestro alimento.

El texto del evangelio que leemos hoy nos presenta un tema muy actual, la tensión que se da entre el creer y el no creer, entre la aceptación y el rechazo, entre la adhesión y el distanciamiento, entre la divinidad que Jesús pide para su persona y la humilde condición familiar de su origen terreno. Esta misma tensión se ha repetido constantemente en la historia de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Son muchos los que quieren justificar su increencia amparándose en el aspecto humano de los cristianos, es decir, los que afirman que no creen en los curas, ni en los obispos, ni en el Papa. ¡Claro que no hay que creer en los curas, sino en Cristo! Pero para poder aceptar a Cristo, hay que aceptar, sin radicalismos ni exigencias angélicas, a los que forman la Iglesia, con sus limitaciones y condicionamientos humanos.
VIGESIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

16 DE AGOSTO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 51-59

Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.»
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente.»
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.

COMENTARIO

En este domingo seguimos leyendo y reflexionando el discurso del pan de Vida que el evangelista san Juan ha recogido y colocado luego de la multiplicación de los panes. Con esta explicación el autor quiere mostrarnos que aquel hecho prodigioso prefiguraba a Cristo pan de Vida, alimento para la vida eterna y para la salvación del mundo.

Como en todo el evangelio de Juan, también aquí el Señor no puede entenderse con sus interlocutores porque éstos interpretan equivocadamente sus palabras, ya que usan criterios del mundo, mientras que Jesús les habla con un lenguaje celestial.

Los judíos no podían entender que Jesús les ofrezca su carne como comida y por eso decían ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne? La experiencia de comer carne humana era propia de las guerras y en el Antiguo Testamento se trataba de los grandes castigos con que Dios amenazaba al pueblo por sus pecados.

Pero la duda o la incomprensión se explicitan en la pregunta ¿Cómo puede…? Sería así: ¿Cómo es posible que un hombre estando vivo ofrezca su carne? Y es más incomprensible aún cuando el Señor afirma que quien no coma su carne no tendrá vida eterna.

La incomprensión y la repugnancia llegan al colmo cuando dice Jesús que también deben beber su sangre. Si el anuncio de comer su carne producía rechazo cuanto más la de beber su sangre. El Antiguo Testamento prohibía reiteradas veces beber sangre y el que no la cumplía era sentenciado a muerte.

¿Qué quiere decir Jesús cuando ofrece su cuerpo y su sangre? Debemos tener en cuenta que el Señor utiliza la expresión “Hijo del Hombre”. Según san Juan, el Hijo del Hombre, es el personaje celestial que desciende del cielo y retorna al Padre. El tiene poder para dar la vida y para juzgar. La carne y la sangre que ofrece como alimento necesario para obtener la vida no pertenecen a un cadáver, sino son carne y sangre glorificadas. La glorificación de la carne de Cristo es condición necesaria para que pueda dar la vida, y esa glorificación está en íntima relación con el Espíritu Santo, dador de vida.

También dice Jesús que su carne y su sangre son verdadera comida y verdadera bebida. Al decir que es "verdadera" comida y bebida descalifica en cierta forma a todo otro alimento: ningún otro alimento es "verdadero" sino sólo el cuerpo y la sangre de Cristo. Toda sustancia que se recibe como alimento tiene por finalidad asegurar la vida, pero los alimentos terrenales sólo pueden dar una vida efímera, como fue el 'maná' que los antepasados de Israel comieron en el desierto: les dio vida por poco tiempo. En cambio la carne y la sangre del Cristo glorioso llevan en sí la vida eterna. Él vive porque recibe la Vida eterna que proviene del Padre, y todo aquel que se alimenta de la carne y de la sangre de Cristo recibe esta Vida, y el que no los recibe carecerá de ella.

Una idea que puede ayudarnos a entender mejor el mensaje del pan de vida es que nosotros necesitamos alimentarnos diariamente para poder vivir. Nosotros comemos animales y plantas, nos alimentamos de ellos; los animales se alimentan de plantas o de otros animales; las plantas se alimentan de sustancias minerales que nosotros no podemos asimilar directamente.

¿
Qué significa "asimilar"? Hacer pasar a la propia sustancia. Yo como animales y plantas; soy yo quien vive, soy yo quien asimila: ellos entran en mi sustancia y se convierten en mí mismo. El fin de la nutrición es éste: la asimilación de las cosas a mi propia sustancia. Sin embargo, San Agustín dice que al recibir el Cuerpo de Cristo no seré yo el que lo cambie a Él en mí, sino Él quien me cambiará en Cristo.

Por la Eucaristía nosotros comemos a Cristo; pero entre el Señor y nosotros, él es quien vive, él es el más fuerte, el más activo; nosotros comemos, pero es él quien nos asimila a sí, hasta hacernos formar un solo ser con él. Sin anular nuestra personalidad, cobra certeza el hecho de que Cristo vive en mí. "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí; y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios...(Ga, 2, 20).

DECIMO NOVENO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

8 DE AGOSTO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 41-51

Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo.» Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: "Yo he bajado del cielo?"»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios.
Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre.
Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.
Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.»

COMENTARIO
En este domingo se continúa proclamando el capítulo 6 del Evangelio según san Juan. En el discurso sobre el Pan de Vida, el Señor desarrolla una especie de catequesis a su mejor estilo y pedagogía y la pone al alcance intelectual y vivencial de todos los hombres.

La declaración de Jesús: «Yo soy el pan bajado del cielo» no parece convencer a los judíos porque conocían muy bien a Jesús y a su familia. Se sabía que el Señor nació en el seno de una familia como todos los hombres, por lo tanto, no se puede aceptar que haya venido del cielo.

Pero Jesús les da una prueba de su procedencia divina cuando dice que los que se encuentran presentes hablando y escuchándolo a Él son convocados y atraídos por el Padre Dios que lo envió. Si fueron al encuentro de Jesús es por la fe que Dios ha puesto en cada uno; y es por esta misma fe por la que deben reconocer que Jesús ha descendido del cielo y ahora se entrega como alimento para todos.

La otra prueba es cuando afirma que solo Él conoce al Padre en su intimidad, es el único que lo ha visto tal cual es, y entre ellos hay una relación inseparable que lo que hace uno lo recibe también el otro. Con esto quería decir Jesús que por la fe recibida deberían reconocerlo como al mismo Dios.

Esta fe que recibió el pueblo judío es para creer en Jesucristo, en la vida eterna. Jesús es el Salvador esperado y anunciado, ya operante en el mundo, ahora deben reconocerlo, seguirlo y dejarse enseñar y alimentar por Él. Jesús es la comida para la salvación del mundo.

Jesús se presenta y se ofrece como “pan”. La razón de ser del pan es que fue hecho para alimentar, cuando se lo presenta en la mesa no es un adorno o algo que está para completar un espacio vacío. Está en la mesa para que sea comido por todos y es un verdadero alimento.

Toda persona, sabemos, es débil tanto corporal como espiritualmente y debe alimentarse todos los días para sostener ambas realidades. Para el evangelista Juan, la vida de los hombres sin Jesús es impensable e imposible. Nadie puede alcanzar plenitud fuera de Dios. Toda experiencia humana sin Dios es temporal, a corto plazo; mientras que con Dios es eterna.

Según el Maestro, creer es poseer ya la vida eterna. Creer es la experiencia o vivencia que el hombre debe hacer todos los días con su Creador, al cual no puede verlo ni palparlo. Creer implica apoyar la vida en Dios, es dejar que Dios sea el que alimente la vida. Creer es vivir según el designio de Dios, es adoptar un estilo de vida propuesto por Dios.

Muchos podrían decirnos que gran parte de la humanidad no necesita alimentarse de Dios para poder vivir. Es cierto que mucha gente vive sin Dios, pero ¿cómo será que vive esta gente? ¿Será vida realmente? ¿Podrán saborearla y disfrutarla o será que viven para soportarla y con mucho esfuerzo para conservarla?

Dios es la Vida. Sin el Creador y Salvador, la vida humana no tiene referencia, no tiene un camino, una meta clara y definida. Al no tener una dirección, el hombre fácilmente se pierde y pierde todas las posibilidades de crecimiento y superación. La vida que se construye solamente con lo humano es una construcción débil que cae estrepitosamente cuando vienen los vientos y las tormentas.

Jesucristo es el Pan de Vida. En su vida terrena pasó haciendo el bien y muchos hombres supieron descubrir en Él la vida misma. Luego de la multiplicación de los panes, Jesús se dejó encontrar por todos, especialmente por aquellos que lo necesitaban y así el fue alimento, fue pan para una multitud.

Para todos los que compartieron con Él, Jesús fue un hombre bueno, como esos de quien nosotros solemos decir: "es un trozo de pan", o "es más bueno que el pan". Jesús es más que un trozo de pan, es el Pan de Vida. Y nosotros lo recordamos y lo recibimos en cada Eucaristía.
DECIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

2 DE AGOSTO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 24-35

Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, sub
ieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?»
Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello.»
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?»
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado.»
Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo.»
Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo.»
Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.»
Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.»

COMENTARIO

El domingo pasado hemos leído el relato de la multiplicación de los panes del evangelio según san Juan que se encuentra en el cap 6, hoy siguiendo ese mismo capítulo empezamos a leer el discurso sobre el Pan de Vida.

Dice el evangelista que la gente fue a buscarlo a Jesús en un lugar donde sabían que lo encontrarían porque allí en Cafarnaum residía habitualmente. En este encuentro comienza un diálogo entre Jesús y la gente, una especie de catequesis sobre un tema especial y determinante en la vida y la fe del pueblo de Israel. Un tema que también es fundamental en la vida y en la fe de los cristianos.

La multitud fue en busca de Jesús no porque haya comprendido que Él es el verdadero Pan, sino porque comieron panes y piensan que estando junto al Señor habrán solucionado para siempre el problema de la alimentación diaria. Por este motivo se ganan el repro­che de Jesús.

El Señor les advierte que están equivocados al buscarlo a Él por los panes que había dado aquel día. Les dice también que no supieron descubrir lo que esos panes significaban. No captaron que había un mensaje, que esos panes eran un signo de la presencia de Jesús que alimenta a multitudes, pero espiritualmente.

Sabemos que para conseguir el pan de cada día toda persona debe trabajar, luchar cada día por ese sustento y a veces en condiciones muy bajas. Los seguidores de Jesús creen haber encontrado en Él a la persona que les dará alimento gratis y en abundancia. Jesús les dice que deben trabajar más bien para conseguir otro alimento, aquel que les asegure la vida para siempre, y no el pan terrenal, que se acaba pronto y que no sacia todas las necesidades del hombre.

Y es claro el Señor porque les dice que deben trabajar y en primer lugar para conseguir el Pan celestial porque éste está por encima de todo y es el que el hombre necesita para saciarse de verdad, para estar bien todos los días y así relacionarse mejor con los demás. Si el ser humano no alimenta su espíritu no tiene sentido ninguna de las otras cosas que consiga o realice.

El hombre que está fortalecido espiritualmente es el que tendrá todas las energías para luchar todos los días por el sustento corporal o material; es el que podrá hacer una buena convivencia en su hogar y podrá también ayudar mejor a sus compañeros y amigos y así hará más plena su vida. Una persona que se alimenta de Dios anda siempre alegre, camina firme y disfruta de todos los dones que recibe y de los bienes que adquiere.

Jesús se presenta como el alimento que viene de Dios y por eso le preguntan o le piden un signo por el que se pueda probar su procedencia divina. En el pasado, Moisés, estaba acreditado por Dios y lo representaba cuando el pueblo lo necesitaba o pedía a Dios algún favor. La multitud le recuerda a Jesús que Moisés les dio a comer pan del cielo y ahora le piden que Él haga lo mismo.

A esta idea que estaba en la mentalidad religiosa, Jesús responde diciendo que no es Moisés, sino Dios el que les envió el verdadero pan, y que ese “maná” era figura o anticipo del Pan verdadero que ahora está presente en medio de ellos, que ha descendido del cielo y dará vida al mundo.

El discurso del Pan de Vida es revelación de la divinidad de Jesús, pero al mismo tiempo es una respuesta y una enseñanza al hombre y muchas veces al cristiano que busca y anda preocupado por cosas materiales, olvidándose que el Hijo de Dios es alimento que sacia a t
oda persona.

En este capítulo 6 de Juan, Jesús toca un tema que estaba presente en la memoria del pueblo judío porque lo sucedido en el desierto con el maná determinaba, de alguna manera, la relación de Dios con su pueblo. Para nosotros los cristianos, el discurso sobre el Pan de Vida es una enseñanza clara del misterio eucarístico y una invitación a seguir descubriendo la riqueza de ese alimento.
DÉCIMO SÉPTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

26 DE JULIO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Juan 6, 1-15

Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»
El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan.»
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús le respondió: «Háganlos sentar.»
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada.»
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo.»
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.

COMENTARIO

Este domingo leemos en el evangelio de san Juan el relato de la multiplicación de los panes. Este hecho lo cuentan los 4 evangelios con algunos matices diferentes. ¿Por que leemos en este ciclo B la versión de Juan si Marcos también la trae? Recordemos que el evangelio de Juan es bastante breve y no podría cubrir todos los domingos del año. Pero hay otra razón que nos explica el porqué del relato joánico.

San Juan, luego de contar el milagro de la multiplicación de los panes, desarrolla en todo el capítulo 6 un discurso de Jesús sobre el Pan de Vida. A este discurso, la Sagrada Liturgia lo ha dividido en 4 partes y cada una de ellas serán leídas los domingos siguientes hasta el domingo 21º. Así en el ciclo B, 5 domingos están ocupados con el evangelio de Juan.

Los domingos siguientes nos irán ayudando a comprender mejor el significado de la multiplicación de los panes. Basta decir que la multitud saciada por Jesús nos anticipa que sólo Dios puede alimentar a tantos hombres y mujeres que están hambrientos de las cosas de Dios. En los domingos posteriores, Jesús nos dirá que Él es el Pan que da Vida.

Si analizamos detenidamente el relato encontraremos que este hecho está presente en el Antiguo Testamento donde hay elementos que ya hablan del amor y la providencia divina. Estos elementos ha tomado el evangelista y los ha colocado para que descubramos el significado del milagro. Jesús quiere que descubramos el mensaje y no que nos quedemos admirados contemplando el milagro.

Jesús cruza el mar y sube a una montaña, está cerca la fiesta de Pascua. El diálogo de Jesús con sus discípulos es semejante al que tiene Dios con Moisés sobre la necesidad de alimentar al pueblo en el desierto. Esto ha sucedido durante el éxodo mientras se dirigían a la tierra prometida.

Cuando las tribus de Israel salieron de Egipto y peregrinaban en el desierto, Dios los alimentó milagrosamente con pan y carne. Recibieron una comida misteriosa llamada "maná". Para san Juan esto sucede con Jesús que multiplica panes y peces en el desierto.

Los que se alimentaron con el pan multiplicado en el desierto vieron el signo, pero no llegaron a comprender el significado sino que se quedaron con el aspecto exterior. El autor del evan­gelio dice que algunos confundieron a Jesús con un profeta, mien­tras que otros quisieron apoderarse de él para hacerlo rey.

Los primeros pensaron que Jesús era un profeta como Eliseo, que había multiplicado los panes para alimentar a sus discípulos. Los que reaccionaron así no llegaron a comprender que Jesús era mucho más que un profeta. Los que quisieron hacerlo rey pen­saron que un gobernante de esta clase, que repartía alimento gratis, podía solucionar los problemas económicos para que cada uno tuviera la comida de cada día. Pero éstos no entendían que Jesús no venía a dar la vida de un día sino la vida eterna. Jesús no aceptó los títulos de profeta y de rey, y por esa razón dejó a la multitud y se fue solo a la montaña.

Todos los seres humanos tienen hambre de vida eterna, pero también sabemos que hay hambre de verdad, hambre de amor, de felicidad, de vivir bien y sanamente. Hay hambre de Dios en todos los que sufren enfermedades y en los que padecen injusticia, falta de trabajo y el pan de cada día.

Para nosotros, los cristianos cuando leemos este texto nos lleva a pensar en el Sacramento de la Eucaristía, porque las palabras utilizadas por Jesús nos recuerdan los gestos de la última cena: "Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados... ". Para proceder a mul­tiplicar el pan, Jesús ordenó que todos estuvieran sentados, como estaban los apóstoles cuando Jesús instituyó la Eucaristía.

El Pan que Él entregaba era su propia carne como alimento de vida para el mundo. Y no una sola vez sino para siempre, porque han quedado doce canastos. Cada uno de los Apóstoles tiene un canasto con este alimento para seguir repartiéndolo en la Iglesia.


Hoy somos nosotros, los apóstoles de Jesús y recibimos en abundancia todo lo que viene de Él, tanto que nos queda para pasarlo al hermano que necesita. En la Eucaristía, Jesús se nos entrega totalmente cada domingo y por medio de este acto generoso nos enseña a entregarnos como alimento para la vida de nuestra familia, de la sociedad y del mundo.
DECIMO QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


12 DE JULIO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6, 7-13

Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.
Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: «P
ermanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos.»
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.


COMENTARIO
El evangelio del domingo pasado nos mostraba a Jesús evangelizador, predicador de la Buena Nueva, en este domingo los evangelizadores son los apóstoles, y Jesús es el que los envía dándoles una serie de instrucciones o claves para la misión.

Lo primero que dice el relato y que no debemos perder de vista es que jesús los llamó, los eligió. No son los apóstoles quienes proponen realizar esta tarea porque la iniciativa siempre la tiene Dios. El hombre, ante Dios, siempre tendrá que responder a su llamado.

Los organizó en grupos de a dos. En la legislación de los judíos era válido un testimonio si lo daban dos testigos, era creíble el hecho porque había dos pruebas. Los apóstoles debían dar testimonio del que los enviaba, debían decir que estaba presente Dios en el mundo y que esa era una Buena Noticia y que todos debían creer y para ello debían hacer un proceso de conversión.

Pero quizás también el hecho de ir de a dos era para que empezaran a conocer una verdad que Jesús les dirá después: “cuando estén dos o más reunidos en mi nombre, allí estaré yo en el medio”. Mt 18, 19-20.

Los apóstoles van revestidos de poder. ¿Qué poder han recibido de Jesús? Ellos llevan la palabra del Señor, el poder está en la palabra. Recordemos que la Palabra es creadora y transformadora. Los enviados deben decir lo que Dios dice y no lo que a ellos les parezca.

Pero además es poder sobre los espíritus impuros. Es poder sobre el mal. En tiempos de Jesús se creía que había espíritus malos que generaban enfermedades, catástrofes, plagas, pestes, etc. Cuando éstos eran expulsados o eliminados volvía todo a la normalidad. El poder que les ha concedido Jesús les permitiría realizar signos y así reafirmar lo que anunciaban con palabras.

Como instrucción o consejo práctico, el Señor les advierte qué deben llevar y les prohíbe lo que no les hará falta. Deben llevar un bastón, un par de sandalias y una sola túnica. Esto hace pensar que el lugar de destino era largo. No deben llevar pan ni dinero ni equipaje. Esto les ayudará a descubrir la providencia divina y al mismo tiempo a confiar totalmente en Dios más que en sus propias seguridades.

¿Qué se dice de los destinatarios? Hay dos actitudes según hayan aceptado o no el mensaje. Si son recibidos deben quedarse en esa misma casa y establecer allí el centro evangelizador. Notemos que Jesús no quiere que la evangelización se haga casa por casa como tampoco en un lugar público.

Para la gente que no los reciba también habrá un signo de los misioneros. Se sacudirán hasta el polvo de sus pies en testimonio contrario, con este gesto indicarán que ninguna cosa de los paganos se ha adherido a ellos y que ninguna cosa de los misioneros ha quedado en manos de gente pagana.

El relato termina diciendo que luego de estas instrucciones los apóstoles partieron y llevaron a cabo la misión. Pudieron hacer todo lo que Jesús les había enseñado y advertido, y seguramente habrán logrado la conversión y sanación de mucha gente.

¿Donde está la clave para que la misión evangelizadora tuviera éxito? ¿Cuál es el secreto de la evangelización? Está en la obediencia de los apóstoles al mandato de Jesús y en la fidelidad a la palabra o al mensaje que se debía entregar.

Pensemos
A veces nosotros organizamos la misión y nos preocupamos más por las cosas materiales, recursos y estrategias, y no tanto a prepararnos interiormente. En el proyecto misión muchas veces no tiene lugar un retiro previo que sirva para escuchar la voz de Jesús. El apóstol que no tiene experiencia de encuentro con Jesucristo, no hablará en nombre de Dios, no entregará ningún mensaje de Dios. Todo lo que diga y haga será lo que él piensa o cree que se debe decir o hacer.

En la actualidad, nuestra gente necesita escuchar la voz de Jesús porque esa
voz transmite esperanza, paz y alegría. Sabemos que la voz que más se impone en nuestros días y quiere hacerse escuchar a cualquier precio es la que infunde tristeza, miedo y pánico. Durante este tiempo en que se ha presentado como gran problema en nuestro país el virus que produce la Gripe porcina, no se ha recibido de los medios de comunicación un mensaje de esperanza, todo lo contrario hablan de muerte, de víctimas, de números que suman más casos.

Al comienzo y al final del relato del evangelio de hoy, se nos dice que los apóstoles estaban revestidos de poder para eliminar el mal. No tengamos miedo y utilicemos el poder de Dios que hay en nosotros, su Palabra, para vivirla y anunciarla. La casa que debe ser centro de evangelización es nuestra propia casa y desde allí difundir la Buena Noticia a todas las familias y a todas las gentes que sufren el flagelo del virus h1n1 ya sea física, psicológica y espiritualmente. Pensemos y creamos que al mal de la gripe A también podemos eliminarlo con la Palabra de Dios.
DECIMO CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

5 DE JULIO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6, 1-6a

Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: «¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanos no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.» Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.

COMENTARIO
En este domingo la liturgia nos presenta este relato cuando Jesús regresa a su pueblo para enseñar y predicar a sus hermanos compatriotas. Dice Marcos dice que era un sábado cuando Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar.

Parece que la enseñanza de Jesús era muy buena porque dice que todos quedaron asombrados pero no coincidía con la persona que enseñaba, ya que era un pobre conocido. No pudieron comprender sus hermanos que un hombre de pueblo tuviera tal sabiduría.

Los comentarios con que reacciona la gente son preguntas con respuestas sabidas y no dudas ni desconocimiento del predicador. Es decir porque saben quién es les provoca esta reacción; porque lo conocen se asombran de lo que enseña.

A Jesús lo conocían bien, conocían a su familia y el trabajo que realizaba. Pertenecía a una familia pobre y trabajaba en una carpintería. Esto no podía avalar a un profeta ni garantizar veracidad de sus enseñanzas. Y la mala costumbre de todo pueblo es que a un “especialista desconocido” siempre se lo escucha.

Por eso dice el Señor: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Jesús es un profeta y, ya en su propio pueblo y luego en Jerusalén, será cuestionado y rechazado por muchos. Y a través de la historia Dios sigue siendo rechazado por el pueblo que Él mismo creó.

En los pueblos vecinos, Jesús había realizado muchos milagros y prodigios y se lamenta que no los pueda hacer con su gente. Podríamos pensar que Jesús no tenía poder en su pueblo, sin embargo el mismo evangelio aclara que la razón que imposibilita el milagro es la falta de fe de la gente.

La falta de fe no les ha permitido descubrir el gran milagro: Dios hecho hombre y presente en la persona de Jesús. La divinidad de Jesús revestida en su humildad no fue captada por los hombres de su tiempo. Lo mismo sucede en la actualidad, a muchas personas les cuesta aceptar que Dios se esconde en la naturaleza humana frágil y pecadora y desde allí nos habla.

Hay gente que sigue esperando que Dios le manifieste grandes prodigios y fenómenos espectaculares para que empiecen a creer en Él. Jesús nos enseña que la fe es libre. Dios quiere que nuestra fe sea una respuesta libre y que podamos unir estrechamente nuestra vida a la suya.

Si él hiciera cosas asombrosas para llamarnos a la fe, ya no sería libre nuestra respuesta. Él ha querido que lo aceptemos libre­mente. Dios no quiere obrar de manera compulsiva con noso­tros. La aceptación debe ser libre y no por una necesidad, el diálogo debe ser por amor y no por la fuerza.

Jesucristo desde su aparición en el mundo manifestó los más grandes signos de humildad, y así vivió y dio su vida en la cruz. Por esta misma razón sigue manifestándose y evangelizando al mundo por medio de una Iglesia que debe ser humilde y está compuesta por hom­bres débiles y pecadores.

Dice el evangelio que Jesús "sanó a unos pocos enfermos". Parece que la misión en su pueblo no fue todo fracaso, hubo algunos que abrieron el corazón a Dios. Pero aquí debemos destacar la actitud del maestro que perseveró a pesar de ser rechazado.

El proceder del Se­ñor es una lección para los cristianos, que cuando encontramos poca respuesta en la gente, o recibimos una crítica o una burla por nuestras limitaciones o deficiencias en el momento en que queremos presentarnos como discípulos cristianos, pensamos que es imposible llevar el evangelio a quienes no lo quieren recibir y sentimos la tentación de abandonar la tarea evangelizadora.

Para que pensemos
Hombre religioso y trabajador. Jesús era carpintero y participaba en el culto, en el servicio a Dios y a los hombres. No se contradicen ni se excluyen fe y vida cotidiana; todo lo contrario, una es ayuda para la otra. ¿Integramos en nuestra vida estas dos realidades sustanciales?

Estuvieron a un paso del acto de fe. La gente de Nazaret quedó impresionada por la sabiduría de Jesús y habían escuchado acerca de los milagros que realizaba; sin embargo, no les alcanzó para reconocer en Él la presencia de Dios. ¿Aceptamos que Dios nos hable por medio de personas cercanas y familiares, amigos y compañeros?
DÉCIMO TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


28 DE JUNIO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 5, 21-43

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla,
una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva.» Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacia doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada.» Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.»
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»
Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?» Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas.» Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga.
Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme.» Y se burlaban de él.
Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.


COMENTARIO

Este domingo, el Evangelio nos cuenta de dos milagros realizados por Jesús. O un doble milagro entrelazado, que aparece de la misma manera en los tres sinópticos (muy resumido en Mateo, y no tanto en Lucas), y que invita a ser imaginado como un conjunto de escenas que desfilan ante los ojos del lector.

Estamos acostumbrados a leer un solo milagro en las reflexiones y meditaciones que hacemos en los encuentros y en las celebraciones. Los evangelistas han colocado por separado cada hecho milagroso o extraordinario que realizaba el Señor. Pero en este capítulo, Marcos, no sólo los ha unido, sino que además los ha entrelazado de tal forma que no se los pudiera separar o cortar. ¿Porqué razón, el autor ha unido estos dos milagros de Jesús? ¿Cuáles son estos milagros?

Jesús regresa con sus discípulos a la orilla occidental del lago de Genezaret, sirviéndose del mismo bote desde el que había predicado a las gentes (5, 1) y con el que había hecho la travesía cuando ocurrió lo de la tempestad calmada (4, 36). Es la ciudad de Cafarnaún, la que Jesús había elegido como plataforma de su actividad evangelizadora.

Apenas desembarcaron, se presentó delante de Jesús el jefe de la sinagoga de Cafarnaún, llamado Jairo. Este hombre importante no sabe a quien acudir para obtener la salud de su hija. Posiblemente ha visto cómo Jesús curaba a los enfermos imponiéndoles las manos. Ahora espera que le acompañe a su casa y haga otro tanto con su hija enferma.

Pero en el camino ocurre otro milagro en beneficio de una pobre mujer que padece una enfermedad vergonzosa (es la hemorroísa). Ella sabía muy bien que, según la Ley (Lev 15, 25-27), debía evitar todo contacto con las personas, pues era una mujer "impura". Sin embargo, no perderá la ocasión de acercarse sigilosamente a Jesús y de tocar la orla de su manto. Es su última esperanza, pues ha gastado ya toda su hacienda con los médicos sin alcanzar remedio. Ahora espera quedar sana de pronto con solo tocar el manto de Jesús.

Analizando bien el relato descubrimos los puntos en común de los milagros y que los dos hablan de un mismo tema:

Las dos personas curadas son mujeres, aunque de diferente edad; en los dos casos se habla de doce años; en las dos veces se habla de temor, así como también de fe y de salvación. Finalmente los dos milagros se producen "inmediatamente" y las personas favorecidas continúan su vida normal.

La mujer, movida por la necesidad, se ha introducido en el grupo de los que siguen a Jesús. No podía hacerse notar entre la gente, porque además de la vergüenza que le provocaba su enfermedad, al acercarse a la multitud estaba transgrediendo las normas. Pero tiene suficiente fe en Jesús para saber que con sólo tocar el manto, manteniendo su anonimato, puede obtener la curación. Así lo hace, e inmediatamente queda curada. Jesús tiene un poder como para purificar a aquellos que el Antiguo Testamento declara impuros.

El otro caso es el de la hija del jefe de la Sinagoga. Ella está muerta y ya ha comenzado la celebración de los funerales. Es también una impura que, según las leyes del Antiguo Testamento, contagia su impureza a todos los que la tocan. Sin embargo, Jesús le dijo al jefe de la Sinagoga que tuviera fe, luego se acercó y tomó a la niña de la mano. Con una orden dada por el Señor, la niña se levantó y comenzó a caminar.

El Evangelio ha reunido estos dos milagros porque es un encuentro de Jesús con la muerte manifestada en dos formas distintas: un muerto en vida y un muerto físicamente. Y Jesús demostró su poder ante esta muerte, contra la cual los hombres no pueden hacer nada.

En los dos casos, el evangelio nos invita a ver la verdadera situación del hombre en el mundo, y lo que significa el encuentro con Jesús. Dicho de otra forma se nos hace caer en la cuenta de que hay una manera más correcta de hablar de la muerte que la que usamos habitualmente. Muchas veces, o casi siempre, hablamos de los muertos y de los vivientes poniendo como punto de referencia el sepulcro. Los que están sepultados son los muertos y los que están fuera del cementerio son los vivientes. Para el Evangelio, muertos son los que han roto todas sus relaciones con Dios y con el prójimo, aunque anden caminando por las calles o rodeados por la multitud.

La muerte es estar sumido en la tristeza, la vergüenza y el temor; es carecer de libertad, es no tener ánimo para vivir, es no tener deseos de vivir... La muerte también es la situación de los que por distintas razones están marginados o discriminados, y se ven impedidos de participar de las condiciones de vida de los demás.

La vida, en cambio, es mucho más que respirar, tener pulsaciones o actividad cerebral. La vida es gozar de todo aquello que Dios creó para los seres humanos: las relaciones de amor, la felicidad, el goce de todas las cosas que están en el mundo... Vivir es poder realizarse en el mundo, desarrollando las capacidades que Dios ha dado a cada uno. Los que viven son los que están abiertos a la fe y al amor, son aquellos que extienden a su alrededor vínculos de amor y de amistad, manifiestan alegría y confianza.

Para poder vivir de esta forma es necesario que el ser humano esté en orden, es decir, que se sitúe correctamente en el lugar que le corresponde con referencia a Dios, al prójimo y a toda la creación. Toda desviación o desubicación será causa de los grandes desórdenes que conducen a una vida fracasada, y finalmente a la muerte.

Jesús ha venido a redimirnos para que no padezcamos ninguna de las formas de la muerte ni caigamos en la muerte eterna. Él se hizo hombre, murió y resucitó por nosotros para damos la posibilidad de evitar esta perdición definitiva. La salvación que nos trae Jesús no es solamente la promesa para la otra vida, sino que al vencer la muerte, ha vencido también esta primera forma que es la que ya se padece en este mundo. Esta salvación se manifiesta en que el hombre de fe comienza a vivir en la alegría y en el amor, con confianza y sin temores ni vergüenzas.

El que vive de esta manera, unido a Cristo, tiene una promesa de que esa vida será eterna siempre que mantenga con fidelidad esa unión con el Señor. Aunque tenga que morir físicamente, su muerte no será nada más que un sueño, como la niña del relato evangélico.

Si vemos que la muerte reina a nuestro alrededor porque no hay amor
ni esperanza, porque no hay alegría ni confianza, no desesperemos: Cristo ha vencido a esta muerte y puede aportar la vida. Si nos encontramos apesadumbrados porque nos sentimos solos, tristes, sin amor y sin confianza, si sentimos la vergüenza de nuestros pecados y el temor de que esta muerte se convierta en eterna, volvámonos a Jesús: reconozcamos a nuestro Salvador, tengamos fe y Él - a través de la Iglesia - nos dará la vida.
DECIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

21 DE JUNIO DE 2009


Lectura del santo Evangelio según san Marcos 4, 35-41

Al atardecer de ese mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla.» Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonce
s se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»
Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen.»


COMENTARIO
En la lectura del evangelio de este domingo leemos el relato que se conoce o se titula “la tempestad calmada”. Se encuentra en los tres sinópticos, pero la liturgia ha seleccionado solamente la versión de Marcos y es porque este evangelista describe con más detalles la humanidad de Jesús.

Además, el texto de Marcos es el que presenta a los discípulos más cobardes ante el peligro y poco confiados, casi insolentes con el Maestro. Sin embargo, Jesús los llama a la fe, mientras ellos todavía se preguntan quién es Él. Para ellos, Jesús es un hombre extraño con poderes especiales. Está claro que hasta ese momento, los discípulos desconocen la identidad de Jesús y todavía no tienen fe porque la fe es en Cristo Resucitado.

Pero también el evangelista quiere resaltar la autoridad de Jesús sobre el mar y toda la naturaleza. En todo el contexto bíblico, este poder es signo de su divinidad. Jesús de Nazaret es realmente el Hijo de Dios, la Palabra poderosa que ha sacado las cosas de la nada y "rompe la arrogancia de las olas".

Para nuestra reflexión será muy conveniente profundizar un poco más el libro de Marcos para que descubramos en qué contexto ha colocado este relato de la tempestad calmada, y también qué ha tenido en cuenta a la hora de contar este hecho. Deberíamos imaginarnos que Marcos es un pintor que está creando una obra nueva y para ello tiene una imagen de fondo (del Antiguo Testamento AT) y otra en primer plano (la de Jesús de Nazaret). La imagen del AT es la del Profeta Jonás.

Entre los libros proféticos hay uno que es muy interesante y curioso porque se diferencia en el contenido doctrinal. Todos los profetas poseen discursos que anuncian y denuncian hechos del pasado y otros que van a suceder. El libro de Jonás es un relato breve. Es un libro didáctico que quiere dejar una enseñanza por medio del relato.

¿Por qué Marcos utiliza la figura y el relato del profeta Jonás? Nos cuenta este libro que Dios ordenó al Profeta Jonás que fuera a predicarles a los habitantes de Nínive. Pero los de Nínive tenían otra religión, y además eran los más terribles enemigos del pueblo de Israel, por eso el Profeta, en vez de obedecer a Dios, se embarcó en otra dirección con la intención de huir del mandato del Señor.

Mientras Jonás dormía, Dios hizo venir una gran tempestad que puso en peligro al barco. Los marineros debieron despertar a Jonás y lo arrojaron al mar; entonces vino la calma. Un pez devoró al Profeta y lo llevó sano y salvo a la orilla, de modo que a Jonás no le quedó otra alternativa que cumplir la misión que Dios le había encomendado. La historia concluye cuando el Señor tiene que reprender seriamente a Jonás, que se queja porque Dios perdonó a los habitantes de Nínive después que ellos hicieron penitencia al oír la predicación. Jonás prefería que Dios los castigara, ya que eran enemigos de los israelitas, pero Dios buscaba la salvación de todos.

El libro de Jonás es un libro didáctico porque nos enseña que Dios ama a todos los seres humanos, también a los que tienen otras religiones, y quiere la salvación de todos. Jonás es el Profeta rebelde que solamente quiere la salvación de los de su propio pueblo.

¿De qué manera el relato de Jonás sirve de fondo para la obra de Marcos? ¿Qué semejanzas encontramos entre Jonás y Jesús y qué diferencias entre ambos?

En el libro de Jonás se dice que los marineros despertaron a Jonás, que estaba dormido sobre un cabezal, y al interrogarlo conocieron que la tempestad había sobrevenido por su culpa. Entonces debieron arrojarlo al mar para que volviera la calma. En el relato del Evangelio las cosas suceden al principio como en el libro de Jonás: Jesús duerme sobre un cabezal mientras la tempestad amenaza la nave, y los discípulos despiertan a Jesús. Pero el relato finaliza de otra manera, porque el Señor, dirigiéndose al viento y al mar, los obliga a quedarse en calma.
El proceder de Jesús no coincide con el de Jonás sino con el que muestra Dios en medio de una tempestad. Es que el relato del evangelio ha combinado admirablemente los dos textos: ha mostrado en el primer momento a Jesús como un profeta semejante a Jonás, pero en el segundo momento se ha visto a Jesús obrando como el mismo Dios.

Jesús es entonces el enviado de Dios, totalmente obediente al Padre en su misión de llevar la salvación a todos los hombres, pero que desconcierta a todos porque no se comporta como los enviados sino como el mismo Dios. La pregunta con la que finaliza el relato evangélico nos deja ver que a los discípulos les costaba reconocer la identidad de Jesús, ellos se hacían esta pregunta: ¿Quién es Éste, que aparentemente es como Jonás, y sin embargo se comporta Como Dios?

LA MISION DE LA IGLESIA
Jesús ha confiado a la Iglesia la misión de llevar la salvación a todos los hombres. Los cristianos tenemos ante nosotros una tarea que no solamente es inmensa, sino además es peligrosa. En cuanto queremos comenzar a anunciar la Buena Noticia de la salvación traída por Cristo, todas las fuerzas del mundo se lanzan contra la Iglesia para acallar su voz e impedir su acción. Son muchos los interesados en que este mundo no cambie, en que todo siga dominado por lo que llamamos el pecado: el egoísmo, la injusticia, la sensualidad, el menosprecio de los demás... Es como una tempestad que amenaza con sumergir la débil barca de la Iglesia.

Ante esta situación puede suceder que a veces los cristianos no sigamos el ejemplo de Jesús sino el de Jonás: nos atemorizamos por las dificultades o nos dejamos llevar por nuestros particularismos o nuestros intereses, y no nos lanzamos a la misión de llevar la salvación a todos. También puede suceder que nos llenemos de miedo pensando que ante tantos ataques o tantas dificultades la misión de la Iglesia puede fracasar.

Jonás mereció ser reprendido por su mezquindad; los discípulos de Jesús merecieron ser reprendidos por su falta de fe. La Escritura nos muestra los dos ejemplos negativos, y en la persona de Jesús nos ofrece el ideal al que debemos tender. Él es el Hijo obediente, el enviado fiel, que obedece hasta la muerte, y que no se detiene ante las dificultades.

Durante toda su historia la Iglesia ha conocido momentos de persecución, también sangrienta; siempre ha habido oposición; en su interior han surgido divisiones y se han puesto en evidencia falsos predicadores. Pero siempre ha experimentado la presencia de Aquél que es mayor que Jonás: nunca ha naufragado. Nosotros no podemos pretender que en nuestras pequeñas comunidades todo suceda sin dificultades, ni que en nuestro trabajo evangelizador todo se haga sin tropiezos. Pero en medio de todas las contrariedades debemos mantener la serenidad porque Cristo está con nosotros. No nos asustemos. No sea que tengamos que ver el rostro severo del Señor preguntándonos: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»

Desde san Agustín se interpreta este milagro en relación con la Iglesia, a la q
ue se compara a la barca de Pedro que va superando las tempestades porque Cristo va con ella. La fe es aquí algo más que creer unas verdades, es confianza en la persona de Cristo, que no puede fallarnos y que va con nosotros en el mismo barco. Esta fe no es fe para quedarse en la orilla, en la tranquilidad, sino fe para navegar en medio de los peligros, es una fe combativa, que se enfrenta con todos los desafíos y sale victoriosa porque el Señor ha vencido todos los poderes del mal.

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