QUINTO DOMINGO DE PASCUA

10 DE MAYO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Juan 15, 1-8

Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»


COMENTARIO

Leemos este domingo en el evangelio de San Juan un relato que el evangelista ha recogido de la última cena de Jesús con sus discípulos y que los sinópticos desconocen. También debemos tener en cuenta que Juan es el que nos presenta a Jesús identificándose con la expresión “Yo Soy”. El domingo pasado decía “Yo soy el Buen Pastor…”

Hoy nos dice “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador”. Y más adelante: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. Hay una relación entre el viñador y la vid, y lo mismo sucede entre la vid y los sarmientos, y la relación es la de permanecer uno en el otro.

El que permanece en el amor de Jesús y deja al Señor permanecer en su vida puede dar frutos, mientras que el que está separado nada puede hacer. El hecho de permanencia mutua garantiza la producción de abundantes frutos. Entonces, la condición para dar frutos es la permanencia.¿Pero qué significará permanecer?

En el evangelio de Juan, permanecer significa: presencia, unión reciproca, mutuo conocimiento y amor. Esto es lo que sucede entre el Padre y el Hijo. Jesús dice que el Padre permanece en Él y Él permanece en el amor del Padre.

Según esta alegoría el bautizado permanece en Cristo por la adhesión a su persona y no por otro vínculo. Los hijos de Israel estaban unidos a Dios porque pertenecían a este pueblo. En la Vid Verdadera se unen a Dios los hombres de cualquier raza, pueblo y condición social o cultural.

Para tener en cuenta, según la expresión de Jesús, “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”:

Basta que una persona esté unida a Él por la fe y el amor y ya podrá dar muchos frutos, podrá ser una buena persona.

El discípulo por estar en el camino del Maestro irá aprendiendo a ser un buen cristiano y de su corazón brotarán obras buenas.

El discípulo que no está unido a Cristo está desarraigado de sí mismo y descentrado, está separado de su morada y de su centro.

Por la comunión que el hombre establezca con Dios, Éste lo irá corrigiendo y ayudando a crecer cada día y así llegará a la madurez y a la plenitud.

Esta realidad de los sarmientos unidos a la vid es la que hace que la Iglesia esté abierta al mundo y sea allí instrumento de paz y de salvación.

La vida y el mensaje de Cristo constituyen el terreno vital donde debe radicar la Iglesia. Es en Cristo, la piedra angular, donde se edifica constantemente la Iglesia.

Porque estamos enraizados en Cristo, nuestra vida tiene sentido, tiene un camino en dirección a Dios, a la felicidad plena.

Porque permanecemos en Cristo, hemos adquirido un compromiso en la vida y de por vida. Nuestro compromiso es hacer que el mundo sea mejor cada día y que nuestra convivencia sea sana y sanadora.

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