ASCENSIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

DOMINGO 24 DE MAYO DE 2009

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-20

Jesús dijo a sus discípulos:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno
mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán.»
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

COMENTARIO

En este día toda la Iglesia celebra el misterio admirable de la fe, misterio que lo afirmamos cada vez que recitamos nuestro credo apostólico. “Jesucristo… subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre…” Según la tradición de la Iglesia, este hecho sucedió cuarenta días después de la Resurrección.

En este ciclo leemos la parte final del evangelio según san Marcos. Este fragmento que no pertenece al original de Marcos es reconocido por la Iglesia como inspirado y perteneciente a la sagrada escritura.

Haber llegado con la liturgia a esta etapa del año litúrgico nos anima y compromete a seguirlo al Señor con todas nuestras fuerzas. Porque Éste que hoy asciende al cielo es el mismo que fue crucificado y murió en una cruz. Con la resurrección ya tuvimos un hermoso anuncio pero con la Ascensión se completa.

En la Ascensión Cristo no nos dejó huérfanos, sino que se instaló más definitivamente entre nosotros con otras formas de presencia. «Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo». Así lo había prometido y así lo cumplió. Por la Ascensión, Cristo no se fue a otro lugar, sino que entró en la plenitud de su Padre como Dios y como hombre. Y precisamente por eso se puso más que nunca en relación con cada uno de nosotros.

Su ascensión es una ascensión en poder, en eficacia, y por tanto, una intensificación de su presencia, como así lo atestigua la eucaristía. No es una ascensión local, cuyo resultado sólo sería un alejamiento.

La ascensión de Jesús significa el comienzo de una misión que Él confía a sus discípulos. La misión es anunciar una noticia, esto es, tienen que dar testimonio de un hecho, de un acontecimiento. Por eso no serán sólo palabras, sino también gestos y actitudes. Su anuncio irá acompañado por unas señales que le darán credibilidad, que serán por sí mismas Buena Noticia.

Echarán demonios en mi nombre. Esto significa que el mensaje será un anuncio de liberación para todos, y quienes lo acepten se verán liberados del dominio de tantos vicios y malos sentimientos como también de las tentaciones y de aquellas ideologías que proponen al hombre un modo de vida contrario a lo que Dios quiere.

Hablarán lenguas nuevas. Con el poder de la palabra podrán romper las barreras que impiden a los hombres comunicarse y relacionarse como hermanos, y así estarán construyendo la paz, la fraternidad, la justicia y el amor.

Tomarán serpientes con sus manos, y si beben algún veneno, no les hará daño. Estarán tan unidos a Dios que nada y nadie les causará daño definitivo. La presencia de Jesús vivo siempre les estará diciendo que la vida ha triunfado sobre la muerte, y así nunca tendrán miedo.

Aplicarán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Muchos hombres que reciban el mensaje y la misma presencia de Jesús serán curados de las más grandes heridas y de los males más profundos porque el Señor toca el corazón donde radican muchas enfermedades.

Los evangelizadores han recibido el mismo poder con que actuaba Cristo mientras realizaba su misión entre nosotros. El poder que el Señor les da está en proporción con la obra tan grande y difícil que les confía. Ningún cristiano puede sentirse solo y falto de fuerzas cuando se entrega generosamente a la obra de llevar la salvación a los hermanos porque sabe que Cristo está con él acompañándolo y dándole fortaleza.

El Señor prometió a los discípulos que estos milagros acom¬pañarían la obra de la evangelización. Los milagros se entienden solamente cuando están en relación con el anuncio del Evange¬lio. Cumplen la función de signos de que la buena noticia de la salvación ya está obrando en el mundo, y sirven para suscitar y fortalecer la fe en la palabra del evangelio.

Esta es la razón por la que en todo tiempo hay cristianos que han realizado y realizan milagros cuando tratan de llevar la sal¬vación a otros hombres. En realidad, es a la Iglesia a quien se le ha confiado la tarea de evangelizar, y ella cumple este mandato por medio de la tarea - grande o pequeña - que realiza cada uno de los cristianos.

Este es un mandato del Señor, que toda la Iglesia debe cumplir, y cada uno debe participar en la medida de sus posibilidades. Pero el poder de realizar milagros no es un mandato, sino una promesa del Señor. Él no mandó realizar mi¬lagros, sino que prometió que los milagros acompañarían a los evangelizadores. El Señor determina en qué momento y a tra¬vés de qué persona los hará.

La fiesta de la Ascensión del Señor nos llena de alegría por¬que Cristo, que es nuestro Salvador y nuestro amigo, es elevado a la gloria que le corre
sponde como Hijo de Dios y ocupa su lugar a la derecha del Padre. Es una fiesta que nos llena de alegría porque Cristo al ascender al cielo nos eleva también a nosotros.

Todos estamos llamados a ascender cada día en nuestra vida, debemos dar pasos de crecimiento espiritual y de progreso en todos los aspectos de nuestra vida. Vivir y anunciar la salvación de Cristo con alegría y esperanza será el signo de que estamos elevándonos hacia Dios.

No hay comentarios:

ULTIMA CENA