DOMINGO DE RAMOS



Desde la época medieval la Iglesia acostumbra comenzar la celebración de la Semana Santa con una solemne procesión dedicada a Cristo Rey. La Iglesia, representada por el clero y los fieles, sale del templo al encuentro de Cristo que viene para ser elevado a la gloria a través de la pasión. En esos tiempos, los fieles iban en procesión hasta algún lugar donde se preparaba una imagen especial de Cristo, que era traída en medio de acla­maciones hasta el templo. Por eso el sacerdote que presidía también debía llevar un ramo o palmas como los demás fieles.

En la procesión de los ramos, al comenzar la Semana Santa, nosotros también hacemos memoria de la llegada de Jesús a Jerusalén y leemos este trozo del evangelio. Se nos relata cómo Jesús preparó esa entrada enviando a dos de sus discípulos para que le trajeran un animal que le podía servir de cabalgadura.

Estaba cerca la fiesta de la Pascua, en los primeros días de primavera en Judea. Cumpliendo lo que exigía la Ley de Moi­sés, multitudes de judíos se dirigían hacia Jerusalén para partici­par en las celebraciones propias de esa fecha. Algunos debían recorrer más de un centenar de kilómetros. Por razones de se­guridad y para contar con ayuda ante alguna eventualidad, se acostumbraba ir en grupos. Los habitantes de cada población se reunían para sumarse cuando pasara el grueso de la multitud, y todos avanzaban cantando los Salmos que fija la Biblia para esta clase de actos, dando al acto el aspecto de una gran procesión religiosa que iba en constante aumento.

Entre ellos iba también Jesús acompañado por los Doce y por gran cantidad de discípulos y de otras personas que se sen­tían atraídas por las cosas que Él hacia y decía. Cuando faltaban unos pocos kilómetros para llegar, y la multitud de los peregrinos alcanzaba ya su mayor número, Jesús se detuvo y llamó a dos de sus discípulos para encargarles que se adelantaran con el fin de cumplir una misión que les habrá resultado un tanto extraña. Con evidente y claro conocimiento de las cosas lejanas y futu­ras, el Señor les ordenó traer un asno, dándoles precisas indica­ciones sobre el lugar y la forma en que lo encontrarían, y hasta las reacciones de las personas que fueran testigos del hallazgo. Demostrando tener gran autoridad, les ordenó que le trajeran el asno sin preocuparse por lo que dijeran los demás. También les indicó misteriosamente que nadie se había sentado antes sobre el animal que iban a encontrar. Esta era una cualidad que debían tener los animales que se dedicaban a las cosas sagradas: no haber sido usados antes en tareas profanas.

Después que los discípulos retornaron con el asno, el Señor montó en él y comenzó el ingreso a Jerusalén. Jesús, con su conocimiento y su autoridad, y cabalgando en un animal apto para funciones sagradas, mostraba que era un Rey y más que un Rey: tenía rasgos que lo identificaban como Dios. La entrada de Jesús en Jerusalén es un verdadero acto sagrado, se trata del mismo Dios que llega al lugar de su trono para reinar.

LA PROCESIÓN
Se formó entonces una bulliciosa procesión: al ver a Jesús que avanzaba lentamente montado sobre el animal pacifico, los discípulos podían recordar que de la misma forma había entrado el rey Salomón en Jerusalén después de su coronación. De esta manera, ellos también comenzaron a aclamar a Jesús como Rey haciendo lo que otros habían hecho en casos parecidos. Algu­nos se quitaron el manto y otros arrancaron ramas de los árbo­les, y con los mantos y el follaje hicieron una colorida alfombra sobre el camino para que Jesús la pisara al ir hacia Jerusalén.

Las palabras "Bendito el que viene en nombre del Señor", con las que la gente aclama a Jesús en el trayecto están toma­das de uno de los Salmos que se cantaban durante las peregri­naciones hacia Jerusalén, y son las palabras con las que se reci­bía y bendecía a los peregrinos que llegaban al templo para las festividades más solemnes. Los que acompañan a Jesús las pro­nuncian en ese momento, pero no las refieren a cualquier pere­grino, sino que las aplican al Reino que llega en la persona de Jesús.

Pero es una característica del evangelio de san Marcos que los discípulos y la gente nunca alcanza a comprender lo que Jesús hace y dice. Aquí tenemos un caso doloroso: con sus pa­labras y sus gestos, la gente aclama a Jesús como Rey, pero lo asocia con Salomón y dice que "llega el Reino de nuestro padre David". Los discípulos han quedado encerrados dentro de los estrechos límites de su nacionalismo y piensan que ha llegado el momento de restaurar el reino terrenal de David. No han reco­nocido que el Reino que llega es el Reino de Dios.

JESÚS ANTE LA PASIÓN
Todos sabemos, como también lo sabían los primeros lecto­res del Evangelio, que esta festiva entrada de Jesús en Jerusa­lén marcaba el comienzo de una sucesión de actos sumamente dolorosos que conocemos con el nombre de Pasión del Señor. Algunos podrían pensar que Jesús llegó ingenuamente a Jerusa­lén, sin saber lo que le esperaba. Por eso el autor del Evangelio pone deliberadamente en el comienzo del relato esa breve esce­na donde queda bien claro que Jesús sabe todo, también lo ocul­to y lo futuro. Jesús sabía que lo esperaba la pasión y por eso Él mismo organizó esta entrada triunfal.

Tocamos aquí el punto desconcertante de la escena de la entrada de Jesús en Jerusalén. Jesús entra solemne al lugar de la pasión, con los gestos de quien entra en un templo para reali­zar una celebración Litúrgica. A pesar de que viene rodeado de una multitud bulliciosa, Jesús viene completamente solo, porque la gente sigue esperando el reino terrenal de David y no com­prende que con Jesús comienza el Reino de Dios.

Lejos de huir ante la vista de sus futuros sufrimientos, o de ser traído a la rastra como quien es condenado a muerte, Él toma la iniciativa y organiza los pasos de su entrada, porque sabe que después de la sucesión de dolores y muerte viene el triunfo de la resurrección. La verdadera entronización de Jesús como Rey se dará en el momento de su resurrección, pero para poder llegar a la resurrección debe pasar antes por los dolorosos momentos de la pasión y la muerte.

EL DOMINGO DE RAMOS
Como introducción solemne a la semana de la pasión y resu­rrección del Señor, toda la Iglesia - representada por los cele­brantes y los fieles - sale alegremente al encuentro de Cristo imitando los gestos y las palabras del Evangelio. Con estas mues­tras de alegría todos se dirigen hacia el templo donde se cele­brará la Misa en la que se proclamará el Evangelio de los sufri­mientos, muerte y sepultura del Señor.

Los que tomamos parte en esa marcha festiva no vamos como los discípulos y la gente que nos describe el evangelio de san Marcos, porque sabemos, como sabía Jesús, hacia donde nos dirigimos. Ya hemos sido instruidos por la Iglesia sobre la verdadera naturaleza del Reino de Dios, y no lo confundimos con mezquinas perspectivas terrenales. Tampoco vamos como incautos ni somos arrastrados contra nuestra voluntad. Vamos hacia la pasión, es decir a morir y a resucitar con Jesús.

Por eso es necesario prestar atención a que lo verdadera­mente importante en la procesión no es el ramo de olivo, que eventualmente podremos llevar en nuestras manos, sino en el mismo hecho de la marcha. Y no en la marcha hacia tal o cual Iglesia, sino hacia la Pasión. Caminamos alegremente hacia nues­tra muerte y resurrección con Cristo, que vamos a celebrar du­rante los días de la semana santa y que tendrá su culminación en el domingo de la Pascua. Participar en esta procesión implica un grave compromiso.

Caminar alegremente en la procesión es entrar con entusiasmo en ese momento en el que haremos morir nuestro "hombre vie­jo". El hombre viejo somos nosotros mismos en cuanto somos pecadores, inclinados al mal, adheridos a cualquier cosa que es contraria al querer de Dios. Ese hombre tiene que entregarse a Cristo de tal manera que junto con Él pueda recibir la justa con­dena muriendo en la cruz y junto con Él pueda también resucitar como un hombre nuevo en la noche de Pascua. El hombre nue­vo es aquel que está unido a Cristo y junto con Él es libre, y vive solamente por amor y para amar a Dios y a los hermanos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por mostrarnos, demostrarnos, enseñarnos, ilustrarnos y compartirnos lo que es Dios, lo que hizo, lo que puede hacer por nosotros, lo que somos y "lo bueno que es".
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Belén*
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pablosiva dijo...

Hola Belén. Déjame decirte estas palabras y darte un mensaje y que por tu intermedio llegue a tus familiares y amigos.
El sueño de Dios es que cada día nosotros podamos conocerlo un poquito más, Él se nos manifiesta pero quiere que también nosotros hagamos el esfuerzo de buscarlo. Dios está en la naturaleza, está presente en la historia, está en la Iglesia, en los sacramentos, está vivo en el sagrario; está en cada hermano necesitado y sufriente. Cristo está presente y nos habla a través de los acontecimientos universales y de los hechos que suceden a nuestro alrededor. El Señor Jesús nos habla en lenguaje humano, eso significa que podemos captarlo. En estos días, Jesús nos está hablando desde la cruz y nos está diciendo que el AMOR de Dios es infinito y poderoso y que esa fuerza lo resucitará el Domingo, día en que lo veremos glorioso y triunfante. ¡¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN Y VIDA NUEVA!!! Un fuerte abrazo.

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