Según el Evangelio de San Lucas, Jesús nació en Belén, en una casa donde no había una habitación disponible el día que le tocó a María dar a luz a su hijo: “Y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían lugar en la sala” (Lc 2,7). Su cuna fue un pequeño pesebre, es decir, un cajón donde se ponía el alimento para los animales domésticos.
Que el Hijo de Dios haya nacido en ese lugar ¿fue algo circunstancial, imprudencia de José (su padre) o descuido de María (su madre)? No fue por ninguna de estas razones. La razón es que Dios ha querido nacer allí. El eligió como lugar especial una humilde casa de Belén que en el momento del nacimiento solo quedaba espacio donde guardaban a los animales.
Al enviarnos a su Hijo, quiso Dios darnos la salvación pero también quería darnos una lección, una enseñanza que deben conocerla todos los hombres, por eso el nacimiento de Jesús no es solo una anécdota que nos gusta escuchar, contar y representar, sino más bien es un acontecimiento que estará presente en todos los momentos de nuestra historia. La escena del pesebre es no sólo para contemplar, sino para dejarnos tocar por ella y aprender con el corazón la sabiduría allí contenida.
La lección que nos da Dios es que Él viene a lugares que nosotros consideramos muchas veces indignos. Dios se hace presente en lo más bajo que nosotros podamos imaginarnos. Allí donde hay basura, excrementos y residuos quiso el Salvador comenzar su misión.
Nosotros muchas veces nos consideramos indignos de Dios por el pecado, por las faltas en que caemos diariamente, nos creemos basura, y además, están aquellos que nos hacen sentir la peor lacra de la tierra y por eso no nos acercamos a Dios. No nos dimos cuenta de que Dios ha elegido lo más bajo de este mundo para hacer su morada. Es que Él viene a levantarnos y a purificarnos de todas las manchas que el mundo y la sociedad han marcado en nosotros.
Otras veces pensamos y decimos de una persona o una familia que por su pecado, por su situación de pobreza, por su estado de caída, no merecen que Dios las tenga en cuenta. En la Navidad, Dios nos hace ver que Él viene precisamente a estas personas con estas situaciones y que las prefiere ante aquellas que aparentan bondad, rectitud y pureza.
El Nacimiento del Salvador nos enseña a valorar lo poco que somos y tenemos, nos enseña a descubrir que ante la miseria humana está su Misericordia divina y que ante nuestros pecados está la abundancia de su Gracia.
La Navidad es Dios que entra en el mundo y en la historia, pero también quiere entrar en el corazón de cada uno de nosotros. La Navidad es el nacimiento de Dios en todo lugar y en toda persona que le abre las puertas de su corazón con toda sinceridad. La Navidad es presencia de Dios en lugares pobres y en personas caídas que lo buscan.
¡Felices los hombres y mujeres que en esta Navidad verán nacer a Dios en sus corazones y en su familia porque ellos serán capaces de cuidarlo y llevarlo a otros lugares donde también debe nacer! Feliz Navidad para todos los hermanos en la fe y en el amor de Dios, manifestado en Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor. Amén.
Padre Pablo Simón Valdez
Asesor del Movimiento Círculos de Juventud
Diócesis de la Santísima Concepción
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