PASIÓN DE JESÚS DE NAZARET
Los acontecimientos a través de los que se desarrolló la Pasión de Jesús de Nazaret son históricamente únicos e irrepetibles. Se realizaron en la ciudad de Jerusalén y sus alrededores, en tiempos de Tiberio, emperador romano, bajo Poncio Pilatos, gobernador de Judea, siendo Caifás sumo sacerdote. Estas coordenadas espacio-temporales nunca más volverán a juntarse en la historia. Tales eventos constituyen el único y dramático Evangelio de la Pasión del Señor, es decir, la única Buena Nueva de nuestra salvación, manantial de alegría y conforto para los hombres pecadores.
Este único Evangelio de la Pasión ha sido relatado, según los textos canónicos del Nuevo Testamento, por cuatro evangelistas. Son muchos los episodios en que coinciden los cuatro, pero no faltan episodios que a cada uno les son propios. Y en las mismas escenas comunes a los cuatro, ¡cuántas pequeñas diferencias en los detalles circunstanciales! Ninguno de los cuatro evangelistas estuvo presente en todos y cada uno de los acontecimientos. Ninguno quiso narrarlos como una crónica periodística con puntos y comas. Ninguno pretendió satisfacer la curiosidad de los lectores o suscitar en ellos meros sentimientos humanos. Narraban con corazón creyente. Contaban lo que habían visto y oído, no como simples eventos, sino como una cifra misteriosa del lenguaje de Dios Padre y Redentor, enviada a los hombres ganados para la fe en Jesucristo. Son Evangelio en los acontecimientos y por medio de ellos, en virtud y por fuerza de la fe que en ellos descubre la salvación de Dios, encarnada en la persona del dolorido y sangrante Nazareno.
Los Evangelistas relatan, cada uno con su plan, con su estilo y con su personalidad, las horas más densas en la historia y vida de la familia humana, las más profundas y apasionadas, las más trágicas y convulsas, las más grandiosas y entrañables, las más inolvidables y heroicas, las más necesarias para arrancar al hombre de sí mismo y trasplantarlo hasta Dios. Se quedan cortos, muy cortos, porque el misterio guarda una enorme distancia de todo decir humano. Balbucean, cuentan, tartamudean la verdad sagrada, divina, de muchos hechos comunes en aquellos años; hechos tantas veces repetidos en el pretorio, por las calles de Jerusalén y en la cumbre de la colina de la Calavera. Ésta es la condición y el destino de los escritos humanos, incluso cuando están inspirados, como los evangelios, por el Espíritu Santo.
Los hechos narrados en los evangelios corresponden a acontecimientos reales. Pero no todos los hechos de la Pasión nos han sido narrados. Éstos trascienden y sobrepasan en sí cualquier relato. Además, toda narración selecciona, recrea, moldea los hechos en un lenguaje, en una forma expresiva, en una mentalidad y cultura. Los relatos de la Pasión no son de ninguna manera reportajes. Entre la objetividad del hecho y la realidad del relato está de por medio cada evangelista. Ellos son conscientes de contar hechos históricos, pero más todavía acontecimientos salvíficos. El resultado es la narración de una historia, penetrada por la fe, expresada por la fe, aceptada y vivida en la fe. ¡La luz de la Pascua ha hecho ver la Pasión de Jesús con ojos nuevos!
Los acontecimientos a través de los que se desarrolló la Pasión de Jesús de Nazaret son históricamente únicos e irrepetibles. Se realizaron en la ciudad de Jerusalén y sus alrededores, en tiempos de Tiberio, emperador romano, bajo Poncio Pilatos, gobernador de Judea, siendo Caifás sumo sacerdote. Estas coordenadas espacio-temporales nunca más volverán a juntarse en la historia. Tales eventos constituyen el único y dramático Evangelio de la Pasión del Señor, es decir, la única Buena Nueva de nuestra salvación, manantial de alegría y conforto para los hombres pecadores.
Este único Evangelio de la Pasión ha sido relatado, según los textos canónicos del Nuevo Testamento, por cuatro evangelistas. Son muchos los episodios en que coinciden los cuatro, pero no faltan episodios que a cada uno les son propios. Y en las mismas escenas comunes a los cuatro, ¡cuántas pequeñas diferencias en los detalles circunstanciales! Ninguno de los cuatro evangelistas estuvo presente en todos y cada uno de los acontecimientos. Ninguno quiso narrarlos como una crónica periodística con puntos y comas. Ninguno pretendió satisfacer la curiosidad de los lectores o suscitar en ellos meros sentimientos humanos. Narraban con corazón creyente. Contaban lo que habían visto y oído, no como simples eventos, sino como una cifra misteriosa del lenguaje de Dios Padre y Redentor, enviada a los hombres ganados para la fe en Jesucristo. Son Evangelio en los acontecimientos y por medio de ellos, en virtud y por fuerza de la fe que en ellos descubre la salvación de Dios, encarnada en la persona del dolorido y sangrante Nazareno.
Los Evangelistas relatan, cada uno con su plan, con su estilo y con su personalidad, las horas más densas en la historia y vida de la familia humana, las más profundas y apasionadas, las más trágicas y convulsas, las más grandiosas y entrañables, las más inolvidables y heroicas, las más necesarias para arrancar al hombre de sí mismo y trasplantarlo hasta Dios. Se quedan cortos, muy cortos, porque el misterio guarda una enorme distancia de todo decir humano. Balbucean, cuentan, tartamudean la verdad sagrada, divina, de muchos hechos comunes en aquellos años; hechos tantas veces repetidos en el pretorio, por las calles de Jerusalén y en la cumbre de la colina de la Calavera. Ésta es la condición y el destino de los escritos humanos, incluso cuando están inspirados, como los evangelios, por el Espíritu Santo.
Los hechos narrados en los evangelios corresponden a acontecimientos reales. Pero no todos los hechos de la Pasión nos han sido narrados. Éstos trascienden y sobrepasan en sí cualquier relato. Además, toda narración selecciona, recrea, moldea los hechos en un lenguaje, en una forma expresiva, en una mentalidad y cultura. Los relatos de la Pasión no son de ninguna manera reportajes. Entre la objetividad del hecho y la realidad del relato está de por medio cada evangelista. Ellos son conscientes de contar hechos históricos, pero más todavía acontecimientos salvíficos. El resultado es la narración de una historia, penetrada por la fe, expresada por la fe, aceptada y vivida en la fe. ¡La luz de la Pascua ha hecho ver la Pasión de Jesús con ojos nuevos!
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