VIGILIA PASCUAL


SÁBADO 11 DE ABRIL DE 2009

Los cuatro evangelios tienen en su última parte un relato en el que se explica cómo fue hallada la tumba vacía. Todos coinci­den en ciertos datos: que sucedió una vez que pasó el día sábado y que la testigo principal fue María Magdalena. En los otros detalles y en los pormenores del relato no hay coincidencias. Esto nos exige prestar una atención especial al texto evangélico para alcanzar a comprender la intención del autor y no desviar­nos hacia aspectos que estaban fuera de su interés.

Las divergencias entre los evangelios son un indicio de que los autores no pretendían hacer un relato de carácter biográfico, al estilo del que podría haber redactado un cronista o un perio­dista allí presente, sino una tarea propia del evangelista, es decir una predicación. El lector no debe buscar la reproducción exac­ta del hecho, tal como sucedió, sino una lectura donde los deta­lles están colocados a propósito para que comprenda lo que ese hecho significa para su fe. En esa interpelación a su fe es donde debe encontrar la verdad del relato, y todos los demás elemen­tos están puestos a su servicio.

LAS MUJERES CON LOS PERFUMES
El evangelio de san Marcos presenta en primer lugar a tres piadosas mujeres que en la madrugada del domingo compran perfumes y se dirigen al sepulcro para realizar la tarea de ungir el cuerpo del Señor. Esta tarea, que debería haber sido hecha antes de colocar el cadáver en la tumba, fue impedida por la inminencia del comienzo del día sábado. Esta tardía realización de la unción, cuando la tumba ya está cerrada y se está en el tercer día después de la sepultura, encontraría serios reparos para una crítica de carácter histórico. Pero como se ha dicho más arriba, no es esta la intención del autor. Preguntémonos más bien qué es lo que el evangelista quiere decir a través de esta imagen.

Bajo una apariencia piadosa, como es la de sepultar honrosamente a los muertos, se descubre una gran falta de fe en la resurrección de Cristo. Así como los discípulos han huido al encontrarse con el aparente fracaso del Señor en la Cruz, las mujeres consideran que su muerte es definitiva y se preparan para tratar su cadáver como el de cualquier otro muerto que deberá permanecer para siempre dentro de un sepulcro.

En las mujeres encontramos representados a todos aquellos que consideran la muerte como un fin, y que ante la cruz de Cristo no ven más que la derrota y el fracaso. El mensaje de la resurrección no es fácil de admitir, y también los mejor intencio­nados, como las mujeres del relato, encuentran dificultad. Ellas son capaces de llorar por la muerte de Jesús, quieren rodear de honor su sepultura, pero no tienen fuerzas para levantar la mira­da hacia la esperanza de la resurrección. ¿No es esta la actitud de muchos de los que han celebrado con piedad, tal vez muy sincera, estos días de la Semana Santa?

EL TEMOR Y EL ESPANTO
El diálogo que las mujeres llevan por el camino nos prepara para la gran sorpresa. Ellas van preocupadas por la piedra que cierra la puerta de la tumba ¿quién podrá sacarla para que ellas puedan entrar? Por su falta de fe en la resurrección esperan encontrar una tumba definitivamente cerrada. Pero lo que encuentran es algo totalmente distinto de lo que esperaban: el se­pulcro ya está abierto, y en vez de encontrarse con un cadáver, ven un joven de blanco, signo de victoria y no de duelo, que está sentado allí donde nadie se habría atrevido a sentarse: el lugar en el que se coloca a un muerto.

La reacción de las piadosas mujeres ante la aparición celes­tial, lejos de expresar alegría, muestra más bien terror. No se alegran por la ausencia del cadáver y por las palabras alentado­ras del joven que explican el sentido de la misma. Nuevamente el evangelista las presenta como carentes de fe aun cuando se les habla claramente sobre la resurrección del Señor.

Las palabras finales del relato insisten en el temor de las mujeres y en su desobediencia a la orden dada por el mensajero celestial.

El autor del evangelio muestra las distintas facetas de la falta de fe. La reacción de las mujeres es la de aquellos que no com­prenden el verdadero sentido de la resurrección y la imaginan como algo terrible, que puede provocar espanto y miedo pero no alegría. La poca penetración que el mensaje celestial tiene en el corazón de ellas se muestra por el hecho de no comunicar a los demás esta alegre noticia. ¿No obramos así los que en cada pascua recibimos el mandato de llevar al mundo el mensaje lle­no de consuelo y esperanza de que Cristo ha resucitado, y de que con su resurrección ha vencido la muerte también para no­sotros?

EL MENSAJE
En los relatos del hallazgo de la tumba vacía siempre hay uno o dos personajes que explican el sentido de que el cadáver de Jesús ya no se encuentra en el sepulcro. Esta es la parte central y más importante de la narración. En este evangelio que esta­mos comentando, se trata de un solo personaje, un joven vestido de blanco deslumbrante y sentado a la derecha. La vestidura y la posición indican su condición de gloria y majestad, todo lo contrario de la vergüenza del joven que huyó desnudo al co­mienzo del relato de la pasión. Las dos figuras parecen haber sido puestas intencionalmente por el autor del evangelio, como dos figuras arquitectónicas que encuadran el relato, una al prin­cipio y otra al final de la pasión.

El joven que está dentro del sepulcro se dirige a las mujeres invitándolas a deponer su temor, y de una manera discreta les reprocha que busquen al Nazareno Crucificado. Con estos dos títulos se señala a Cristo en su condición terrenal. El Nazareno Crucificado ya no está más, ahora está el Resucitado: El joven explica que aunque el Crucificado y el Resucitado son la misma persona, del primero no ha quedado nada más que un espacio vacío que ellas pueden ver. Este es el signo que tenemos todos los cristianos: no veneramos una tumba con un glorioso cadáver, sino un sepulcro vacío. El hecho de que Jesús se haya levantado de entre los muertos no es para infundir miedo a nadie. No se trata de aquellos relatos que leemos a veces y que pertenecen al género de las narraciones terroríficas. Aquí se trata de una vic­toria sobre la muerte que debe traer paz y alegría a todos. El temor que antes infundía la muerte ya ha desaparecido.

Pero inmediatamente viene la misión. Las mujeres son en­viadas a llevar la buena noticia a los discípulos y a Pedro. Basta con recordar lo que sucedió durante la pasión para comprender el sentido de estas palabras: los discípulos huyeron dejando solo al Señor, y Pedro lo negó tres veces. El Señor resucitado envía un mensaje a todos ellos convocándolos otra vez a su compañía.

Es el mensaje del perdón y la reconciliación para todos los que no conservaron la fidelidad.

La convocatoria se refiere a un encuentro con el Señor en Galilea. Ellos deben volver al lugar donde siempre han vivido y trabajado, el lugar en el que conocieron a Jesús y trataron con Él. Si ahora están en Jerusalén, es solamente por una circuns­tancia especial: han ido a celebrar la Pascua, y allí ha tenido lugar el cumplimiento de las Escrituras. Deben dejar Jerusalén y volver a su vida diaria, allí encontrarán al Señor.

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