SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
COMENTARIO
Ya desde el siglo IV, "el día de Pentecostés" está marcado particularmente por la conmemoración de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. En este día la Iglesia dirige su atención de una manera especial a honrar a la tercera Persona de la Santísima Trinidad.
En la liturgia de este domingo hay tres temas que se destacan: 1) el Espíritu como don pascual de Cristo glorificado, 2) el misterio de la Iglesia como obra del Espíritu y 3) la misión evangelizadora que impulsa el Espíritu. Esta fiesta también nos ayuda a descubrir una doble relación entre Pentecostés y Pascua, entre el misterio del Espíritu Santo y el misterio de Cristo muerto y resucitado.
1) Don pascual. El evangelio según san Juan el don del Espíritu es fruto de la Pascua. "Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado" (cap 7, 39). Por eso, el Resucitado se da prisa en comunicar el Espíritu a los suyos, la tarde misma del día de la resurrección, en su primera aparición (evangelio). La misión del Espíritu en la Iglesia no es suceder a Cristo ni, menos aún, suplantarlo. Por el contrario, es "llevar a plenitud la obra de Cristo en el mundo" (plegaria eucarística IV).
2) El evangelio nos presenta a la Iglesia como criatura del Espíritu del Resucitado. El gesto de Jesús "exhalando su aliento" sobre los discípulos y diciendo: "Recibid el Espíritu Santo" es gesto de creador, que recuerda la creación del primer hombre (Gn 2, 7). Por eso se dice que el Espíritu es el alma de la Iglesia.
3) La dimensión misionera de la Iglesia pertenece también esencialmente al mensaje de Pentecostés. El Espíritu abre a la Iglesia y la impulsa para que llegue hasta los confines del mundo. A los discípulos reunidos, el Resucitado les comunica el Espíritu como una fuerza que los aliente a llevar adelante la misión que les encomienda. El Espíritu los transforma en testigos valientes, en predicadores enardecidos de la Buena Noticia.
El Evangelio de San Juan nos cuenta que los discípulos estaban "con las puertas cerradas por temor". Tristeza, miedo, desorientación y duda serían algunas de las características más sobresalientes de ese primer domingo de Pascua. La paz, la alegría y la seguridad son las primeras consecuencias de la presencia de Jesús.
Los discípulos que unos momentos antes estaban encerrados, llenos de miedo, quedaron transformados al recibir el Espíritu Santo. Olvidaron el temor y la tristeza, y con valor y alegría salieron a cambiar el mundo anunciando el Evangelio por todas partes. Ni las amenazas, ni las cárceles, ni las torturas y el martirio fueron suficientes para hacerlos callar porque hablaban y actuaban impulsados por el Espíritu Santo que es fuerza, vida y amor de Dios.
A estos discípulos débiles y frágiles como el barro, Jesús los transforma soplando sobre ellos la vida de Dios. El Espíritu Santo que ellos reciben en ese momento es uno solo con el Padre: con el Hijo: es una persona de la Trinidad y representa la Vida, la Fuerza, el Amor de Dios. Así como el Padre nos dio a su Hijo como Redentor, ahora entrega al Espíritu Santo para que de vida, fuerza y amor a los creyentes.
El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que da vida al barro, es el único capaz de envolver a un pecador y convertirlo en un Santo. Cuando los hombres perdonamos a nuestros hermanos lo hacemos olvidando las ofensas o los delitos que los otros han cometido. En cambio cuando Dios perdona hace mucho más que olvidar: transforma al delincuente en un hombre justo, el fuego de Dios hace desaparecer totalmente el pecado cometido, es un nuevo acto de creación, es como comenzar a existir otra vez.
En la actualidad podemos ver que muchos viven como los discípulos de Jesús “encerrados por temor”; otros están “sumergidos en la tristeza”, y otros están “totalmente desorientados”.
Algunos viven encerrados por temor. Temen las burlas o las falsas acusaciones, temen ser perseguidos por vivir cristianamente, temen perder la seguridad que les da el vivir de acuerdo con un mundo que no se comporta de acuerdo con la voluntad de Dios.
Otros viven sumergidos en la tristeza. Los acontecimientos de la vida, los sufrimientos personales, las noticias de lo que pasa en el mundo, los temores de lo que puede pasar en el futuro, tienen tanta fuerza que han logrado apagar en ellos la alegría cristiana. Siempre viven tristes, todo lo juzgan negativamente y el pesimismo parece ser la norma por la que se rigen para pensar, hablar y actuar.
Y están los que viven totalmente desorientados. Ante las circunstancias adversas que les ha tocado vivir o ante algún fracaso que se les ha presentado, ya no saben para donde mirar. Todo les parece oscuro y difícil, no encuentran el camino e ignoran el valor que puede tener la vida, el trabajo o cualquier otra cosa que tengan que realizar.
El temor, la tristeza y la desorientación se disipan con la presencia de Cristo resucitado. El evangelio nos dice que los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. El mismo Jesús les dijo por dos veces que les daba la paz, esa paz que significa tranquilidad, felicidad, plena posesión de todas las bendiciones que Dios ha prometido a los hombres. Pero sobre todo desaparece el temor, la tristeza y la desorientación cuando Cristo otorga el Espíritu Santo. El soplo de Dios tiene tal fuerza que puede hacer desaparecer los temores, las tristezas y las desorientaciones de los hombres, y en su lugar crea seguridad, alegría, firmeza y decisión.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.»
COMENTARIO
Ya desde el siglo IV, "el día de Pentecostés" está marcado particularmente por la conmemoración de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. En este día la Iglesia dirige su atención de una manera especial a honrar a la tercera Persona de la Santísima Trinidad.
En la liturgia de este domingo hay tres temas que se destacan: 1) el Espíritu como don pascual de Cristo glorificado, 2) el misterio de la Iglesia como obra del Espíritu y 3) la misión evangelizadora que impulsa el Espíritu. Esta fiesta también nos ayuda a descubrir una doble relación entre Pentecostés y Pascua, entre el misterio del Espíritu Santo y el misterio de Cristo muerto y resucitado.
1) Don pascual. El evangelio según san Juan el don del Espíritu es fruto de la Pascua. "Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado" (cap 7, 39). Por eso, el Resucitado se da prisa en comunicar el Espíritu a los suyos, la tarde misma del día de la resurrección, en su primera aparición (evangelio). La misión del Espíritu en la Iglesia no es suceder a Cristo ni, menos aún, suplantarlo. Por el contrario, es "llevar a plenitud la obra de Cristo en el mundo" (plegaria eucarística IV).
2) El evangelio nos presenta a la Iglesia como criatura del Espíritu del Resucitado. El gesto de Jesús "exhalando su aliento" sobre los discípulos y diciendo: "Recibid el Espíritu Santo" es gesto de creador, que recuerda la creación del primer hombre (Gn 2, 7). Por eso se dice que el Espíritu es el alma de la Iglesia.
3) La dimensión misionera de la Iglesia pertenece también esencialmente al mensaje de Pentecostés. El Espíritu abre a la Iglesia y la impulsa para que llegue hasta los confines del mundo. A los discípulos reunidos, el Resucitado les comunica el Espíritu como una fuerza que los aliente a llevar adelante la misión que les encomienda. El Espíritu los transforma en testigos valientes, en predicadores enardecidos de la Buena Noticia.
El Evangelio de San Juan nos cuenta que los discípulos estaban "con las puertas cerradas por temor". Tristeza, miedo, desorientación y duda serían algunas de las características más sobresalientes de ese primer domingo de Pascua. La paz, la alegría y la seguridad son las primeras consecuencias de la presencia de Jesús.
Los discípulos que unos momentos antes estaban encerrados, llenos de miedo, quedaron transformados al recibir el Espíritu Santo. Olvidaron el temor y la tristeza, y con valor y alegría salieron a cambiar el mundo anunciando el Evangelio por todas partes. Ni las amenazas, ni las cárceles, ni las torturas y el martirio fueron suficientes para hacerlos callar porque hablaban y actuaban impulsados por el Espíritu Santo que es fuerza, vida y amor de Dios.
A estos discípulos débiles y frágiles como el barro, Jesús los transforma soplando sobre ellos la vida de Dios. El Espíritu Santo que ellos reciben en ese momento es uno solo con el Padre: con el Hijo: es una persona de la Trinidad y representa la Vida, la Fuerza, el Amor de Dios. Así como el Padre nos dio a su Hijo como Redentor, ahora entrega al Espíritu Santo para que de vida, fuerza y amor a los creyentes.
El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que da vida al barro, es el único capaz de envolver a un pecador y convertirlo en un Santo. Cuando los hombres perdonamos a nuestros hermanos lo hacemos olvidando las ofensas o los delitos que los otros han cometido. En cambio cuando Dios perdona hace mucho más que olvidar: transforma al delincuente en un hombre justo, el fuego de Dios hace desaparecer totalmente el pecado cometido, es un nuevo acto de creación, es como comenzar a existir otra vez.
En la actualidad podemos ver que muchos viven como los discípulos de Jesús “encerrados por temor”; otros están “sumergidos en la tristeza”, y otros están “totalmente desorientados”.
Algunos viven encerrados por temor. Temen las burlas o las falsas acusaciones, temen ser perseguidos por vivir cristianamente, temen perder la seguridad que les da el vivir de acuerdo con un mundo que no se comporta de acuerdo con la voluntad de Dios.
Otros viven sumergidos en la tristeza. Los acontecimientos de la vida, los sufrimientos personales, las noticias de lo que pasa en el mundo, los temores de lo que puede pasar en el futuro, tienen tanta fuerza que han logrado apagar en ellos la alegría cristiana. Siempre viven tristes, todo lo juzgan negativamente y el pesimismo parece ser la norma por la que se rigen para pensar, hablar y actuar.
Y están los que viven totalmente desorientados. Ante las circunstancias adversas que les ha tocado vivir o ante algún fracaso que se les ha presentado, ya no saben para donde mirar. Todo les parece oscuro y difícil, no encuentran el camino e ignoran el valor que puede tener la vida, el trabajo o cualquier otra cosa que tengan que realizar.
El temor, la tristeza y la desorientación se disipan con la presencia de Cristo resucitado. El evangelio nos dice que los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. El mismo Jesús les dijo por dos veces que les daba la paz, esa paz que significa tranquilidad, felicidad, plena posesión de todas las bendiciones que Dios ha prometido a los hombres. Pero sobre todo desaparece el temor, la tristeza y la desorientación cuando Cristo otorga el Espíritu Santo. El soplo de Dios tiene tal fuerza que puede hacer desaparecer los temores, las tristezas y las desorientaciones de los hombres, y en su lugar crea seguridad, alegría, firmeza y decisión.
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